Hay conformidad con el estado de cosas, la descomposición del todo y su pestilencia no les molesta.
Solo batallan por quién administra el cinismo y la mentira. Hablan de crisis y quieren tener el control de aquello que genera crisis. Desprecian las instituciones, sobre todo la de la justicia.
La parodia democrática hace que elijamos a solo cuatro inocuos magistrados para que se sumen a los cinco dilatados del Tribunal Constitucional. Podrían sentir vergüenza, pero la vergüenza exige conciencia, entonces están impedidos de tenerla.
Han construido una hilera de eufemismos de sobrevivencia con el que revisten los momentos penosos y se reconvierten en políticos y actores “dignos”. A la caricatura electoral del domingo 15, la llaman elección democrática y popular de autoridades judiciales.
Pocos son los que se detienen a mirar que el trasfondo está en mantener el cordón umbilical, que, pasando bajo la mesa, conecta el mundo político en sus diferentes expresiones con el espacio de las decisiones judiciales, para instrumentalizar fallos y someter normas y voluntades.
La falta de abastecimiento suficiente de combustible en el país ha diseñado un nuevo paisaje urbano, camiones que toman las ciudades y muestran un serpentario de fierros desordenado. A eso le dicen “plan de abastecimiento controlado para detener el contrabando de combustibles. Algunos políticos emprenden una desenfrenada carrera por subyugar el poder del Estado, quieren administrar la economía nacional. La nada y lo no importante es el eje de sus palabras, pero ellos hablan de ser los salvadores de Bolivia.
El gasto público con cientos de factorías sin previsión de rentabilidad se denominó proceso de industrialización. Antes, en los años 90, vendieron las empresas estratégicas del Estado diciendo que los bolivianos controlarían el 51% de los directorios.
Los bolivianos nunca tuvieron tan poca influencia en un proceso que se llamó capitalización de las empresas del Estado.
Hoy, todos detrás del litio boliviano, ya no es importante industrializarlo, basta con exportarlo como materia prima. Eso se tiene que entender como solo quiero ayudar a mi país. Eufemismos redentores. Jorge Luis Borges solía decir sobre el uso de tanto eufemismo y eufemismo pomposo, “No importa que haya pobres; lo que importa es que no se sepa.
En vísperas de un certamen de fútbol, apodado el Mundial, las autoridades repartieron ropa a la gente, para que los turistas no advirtieran que hay pobres en Buenos Aires” Todo oculto bajo fachadas de aparente desinterés, sapiencia en lo hecho y compromiso con Bolivia.
El Presupuesto General del Estado no tiene posibilidad de ser debatido y aprobado en consenso, pues allí hay más deuda, más déficit fiscal y más emisión monetaria. Receso parlamentario es el mecanismo de maniobra legislativa para evadir su discusión y rechazo.
Hoy, mirando ya el proceso electoral, los intereses políticos y de las grandes corporaciones van en torno a los recursos naturales, donde litio, tierras raras e hidrocarburos son la atracción nuevamente.
Otra vez como en los años del estaño, petróleo y gas. Los eufemismos grandilocuentes ya están en construcción, van a enmascarar de patriotismo la mutilación del Estado para el aprovechamiento de los recursos naturales.
No se escuchan palabras que hablen de buscar una sociedad más equilibrada en salud, educación y oportunidades. No se habla de construcción de economías formales y la transición urgente desde la informalidad a estas.
Ahora los eufemismos discurren sobre procesos de reducción del tamaño del Estado, sin saber explicar qué parte del Estado les molesta.
Los eufemismos grandilocuentes ya buscan convencer de que hay un plan que transformará los recursos del litio de Bolivia en riqueza nacional y prosperidad a largo plazo a través de asociaciones estratégicas globales.
El fracasado proceso de capitalización del gobierno de visión empresarial de Sánchez de Lozada hablaba de socios estratégicos; de vender nuestras empresas mayores; de crecimientos de la economía con porcentajes superiores al 7%; de una explosión del empleo y de grandísimas recaudaciones tributarias.
Aquello no llegó ni se hizo realidad, pero cargamos la ilusión del eufemismo que encubrió la intención del despojo nacional.
Hoy nos resituamos pareciese, nuevamente en 1964. Sergio Almaraz escribía en las postrimerías del último gobierno de Paz Estenssoro, previo al golpe: “el movimiento obrero estaba paralizado y dividido, el partido abandonado a una lucha interna gansteril, y definitivamente perdida la orientación del movimiento popular cuya consigna extrema y aberrante fue la que le permitió unirse con la acción contrarrevolucionaria de la oligarquía que, como en tiempos de Villarroel, 20 años antes, permitió la formación de un frente anti popular con la participación de la izquierda; esa consigna fue la de “cualquiera menos Paz Estenssoro”. Después de los hechos del 4 de noviembre, con Paz en el exilio, se inició el proceso de “desnacionalización de las minas, cuya realización dependía del debilitamiento del gobierno y de una mayor imbecilización de la opinión pública”.
Ya estamos en el “cualquiera menos el MAS” y amparados en el eufemismo cínico de “salvar Bolivia” el grupo político local conservador aliado al empresario transnacional, ha iniciado su planeado proceso de desnacionalización y desmantelamiento del Estado Plurinacional y su Constitución Política.
Frente a ellos, el neomasismo estatal iguala la misma ambición. El nombre de la nueva disputa es litio.
Un país de suerte desgraciada al que quieren resignarlo a un otro tiempo de trampas y hurtos. Allí, recogiendo otra frase más de Almaraz, diríamos que “al patriotismo no le queda otro recurso más que expresarse furtivamente”.