Desde la llegada de Evo Morales al poder en 2006, Bolivia ha experimentado una transformación de características históricas que redefinió el campo político y, con ello, el papel de la oposición. 

El Movimiento Al Socialismo (MAS) consolidó un poder hegemónico respaldado por una fuerte base social, apoyado por movimientos indígenas, campesinos y sectores populares. Este escenario generó un profundo debilitamiento del sistema de partidos tradicionales, que habían dominado el panorama político boliviano hasta la crisis de 2003. 

En este contexto, la oposición se encontró fragmentada, intentando redefinirse frente a un MAS que no solo dominaba el jecutivo, sino también el legislativo y otras instituciones primordiales de la administración del Estado. Durante los primeros años del gobierno de Morales, la oposición estuvo caracterizada por una división entre partidos tradicionales debilitados, como la Unidad Nacional (UN) y el Movimiento Demócrata Social (MDS), y actores emergentes que intentaban articular resistencias regionales, especialmente en la llamada “ Media Luna” (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija). 

Estas regiones se convirtieron en bastiones opositores con agendas marcadamente autonómicas, buscando contrarrestar las políticas centralistas del gobierno. Sin embargo, estas iniciativas no lograron consolidarse como una fuerza nacional capaz de desafiar el poder del MAS, en gran parte debido a tensiones internas y a su incapacidad para articular un proyecto político inclusivo más allá de sus regiones. 

La aprobación de la nueva Constitución en 2009 marcó un punto de inflexión. Aunque la oposición logró negociar algunos cambios en el texto constitucional, su debilidad quedó en evidencia al no poder impedir que el MAS se consolide como la fuerza dominante. 

A partir de entonces, la oposición adoptó estrategias dispares que oscilaron entre la confrontación directa y la participación electoral sin una plataforma unificada. Las elecciones generales de 2009 y 2014 demostraron la supremacía del MAS, que obtuvo mayorías aplastantes en ambas ocasiones, mientras que los partidos opositores luchaban por sobrevivir en un sistema político cada vez más polarizado. 

Una de las principales razones de la fragmentación actual de la oposición radica en la heterogeneidad de sus actores. Las diferencias ideológicas, regionales y de liderazgo han impedido la conformación de un frente unido. Por un lado, figuras como Carlos Mesa, con su enfoque moderado y urbano, representan a sectores de clase media urbana descontentos con el MAS, pero cautelosos ante posiciones extremas. 

Por otro lado, líderes como Luis Fernando Camacho, con un discurso más radical y ligado a las élites regionales, han polarizado aún más el panorama. A ellos se suma el empresario Doria Medina, que desde las redes sociales intentó socializar una propuesta, todos ellos trabajando por intereses propios. Esta falta de cohesión se agrava con la desconfianza mutua entre los actores políticos y la ausencia de una narrativa común capaz de aglutinar a las distintas facciones opositoras. 

La crisis política de 2019, que culminó con la renuncia de Evo Morales y la transición liderada por Jeanine Áñez, acentuó estas divisiones. Aunque la oposición logró desplazar temporalmente al MAS del poder, no pudo consolidar una agenda compartida ni ofrecer una alternativa coherente al electorado. 

Las elecciones de 2020 evidenciaron esta debilidad, con el retorno del MAS al gobierno bajo el liderazgo de Luis Arce, mientras los partidos opositores compitieron de manera desarticulada, debilitando aún más su capacidad de acción. 

Sin embargo, dentro de esta fragmentación también surgen oportunidades para la unidad. Existen puntos en común que podrían servir como base para una agenda compartida. La defensa de la democracia, el fortalecimiento institucional y el respeto a los derechos humanos son banderas que, aunque articuladas desde perspectivas diferentes, cuentan con un consenso general entre los distintos sectores opositores. 

Además, el rechazo a los excesos del centralismo y la demanda por mayor autonomía regional son elementos que podrían unificar a actores urbanos y rurales, así como a líderes de distintas regiones del país. Para construir esta unidad, es crucial superar las pugnas de liderazgo y enfocarse en construir una plataforma programática que trascienda los intereses individuales. La unidad de la oposición en Bolivia es un desafío persistente y algunos eventos recientes revelan intentos concretos de superar las divisiones. 

En un encuentro reciente en Santa Cruz, líderes de diversos sectores, incluidos Germán Antelo y Rubén Costas, destacaron la importancia de consolidar un bloque que pueda competir eficazmente con el MAS en 2025. La reunión subrayó la necesidad de unificar no solo a figuras políticas tradicionales, sino también a nuevos actores con visión renovada. 

Esta demanda de unidad se alinea con las declaraciones de Vicente Cuéllar, quien aboga por la inclusión de líderes emergentes que se conecten mejor con las demandas ciudadanas en un contexto de desconfianza generalizada hacia la política convencional. Por otro lado, emerge desde el gobierno municipal de Cochabamba, Manfred Reyes Villa quién destaca la relevancia de crear alianzas basadas en propuestas económicas concretas y liderazgos innovadores. 

Enfatiza que el éxito de una candidatura opositora radica en su capacidad para escuchar a las regiones y presentar soluciones adaptadas a las necesidades locales, marcando una ruptura con los enfoques centralistas del pasado. Con este último, se conforman las propuestas opositoras de derecha, (falta saber cómo y con quién surgirá el evismo los próximos días) aunque iniciales, reflejan la posibilidad de que la oposición construya un frente común basado en puntos compartidos como la transparencia electoral, la diversificación del liderazgo y el diseño de una agenda inclusiva que responda a las demandas sociales y económicas del país. 

La oposición adolece de un discurso contestatario firme, pues pese a que hasta hoy hemos observado estoicos cómo la izquierda nos dibujó pajaritos en el aire vendiéndonos la idea del cambio estructural del país y a 15 años de espera el sistema educativo boliviano tiene los mismos problemas de antes, el sistema judicial esta igual de podrido y putrefacto que antes del 2006, la economía boliviana jamás terminó de despegar, la oposición no ha mostrado en los últimos tres lustros, absolutamente nada, no puede ofrecer al país un Proyecto Nacional de consolidación democrática a corto, mediano y largo plazo y sin ello de poco o nada vale que se unan dos, tres o cuatro lideres opositores y ganen las elecciones, pues cambiara el sentido de la política en gobierno pero despertaremos nuevamente ante el mismo escenario de desastre nacional.