Estaba yo tranquilamente navegando por la interné, averiguando acerca de las mejores alternativas en criptoactivos, ya que también estoy viendo cómo invertir, digo, salvar, mis washingtones, producto de la notable reactivación económica de nuestro preclaro líder, ese que manda a los neoliberales a aprender sobre economía. De pronto, mi Guatsáp comenzó a explotar con mensajes de mi amigo Esteban Reyes, alias "el paranoias", pidiéndome que tenga cuidado, que ya venía la marcha, la gran marcha, the mother of all the marchas. Decía que me abastezca, que compre pancito, que vea dónde está la familia, que ponga gasolina y que consiga 48 rollos de papel higiénico. Le respondí a mi Stephen King nacional que todavía tenía papel del último octubre, porque seamos sinceros, comienza el décimo mes del año y los bolivianos empezamos a blanquear los ojos sobre quién va a venir a huayquearnos. Así que le di like al perfil de la “criptodiputada” Mariela Baldivieso y me fui a averiguar qué ondas.

Era nuevamente nuestro innombrable, nuestro Voldemort criollo, ese que, en vez de no tener nariz, le crece más cada vez que habla. Tenía un cartelazo que decía que iba a salvar Bolivia, que iba a quejarse por la falta de dólares, la falta de diésel y vaya a saber uno cuántas cosas más, que según él, son culpa de la actual administración.

—Esteban, esto me parece un mal chiste —le dije a mi amigo—. ¿Solo marcha desde Caracollo?

—Bueno, parece que ahí llamó a la concentración de sus bases.

—Hermano, había más gente en el último partido del Tigre. Y últimamente, a mi Decano no lo van a ver ni sus dirigentes, quienes deberían dedicarse al truco por mentirosos y por querer ganar en mesa.

Después me enteré de que nuestro villano favorito realmente no estaba marchando en la “gran marcha”, sino que salía y entraba de la misma en una vagoneta 4Runner último modelo, cuya dueña era una joven de 21 años, hija de una acólita que había recibido sentencia y posterior amnistía durante su gobierno... por narcotráfico. Grave, la industria de los tambaquíes.

Luego se lo vio en una foto, donde parecía cansado de marchar (bueno, manejar grandes distancias también cansa, reconozcámoslo), luciendo unos adidas originales, cuyo costo alguien calculó en 500 dólares, de esos que ya no vemos. El mismo indeseable aclaró que a él esos zapatos se los regalan, y que este fue un regalo que le hicieron en Lima, Perú, donde seguramente fue en avión privado, ya que al humilde exgobernante nunca más se lo vio en un vuelo comercial. Tiene sus compensaciones, la industria de los tambaquíes.

En la marcha hubo agresiones a varios periodistas, de esas que generalmente la izquierda internacional protesta a viva voz, con la diferencia de que esta vez, buscando en Twitter, nadie se estaba quejando. De doble moral, la industria de los tambaquíes.

Finalmente, la marcha pasó por El Alto, donde se unió un poco más de gente, y tuvo su concentración en el puente frente a la Cervecería. Me imagino que por la cercanía del delicioso y dorado líquido, indispensable para el carnaval, sea el de febrero o el que uno se quiera inventar. “Mi misión aquí ha terminado”, dijo nuestro tóxico, simulando la escena de los Simpsons en la que el Sr. Spock desaparece sin haber logrado nada, frente a poco más de tres mil personas, cifra calculada científicamente a vuelo de dron.

El innombrable decía que eran dos millones, es decir, la población de El Alto y La Paz juntas. Tal vez el conteo lo hizo cierto célebre matemático nacional, exautoridad también. Espero que no le haga las finanzas a la industria de los tambaquíes. Así que, en resumen, la famosa marcha fue otro de los clásicos “yo la tengo más grande”, en los que los bolivianos jugamos el papel de felpudo silencioso.

Finalmente, me enteré de que la próxima semana dejamos de vender gas a la Argentina. No hubo adenda al contrato porque el único gas que encontraron este tiempo fue el metano, en las mentes de quienes tenían que sacar adelante al país. Así que la única marcha que hubo en estos 19 años, así nomás, fue la marcha atrás.