La mayoría de las autoridades no han realizado el ejercicio intelectivo de comprender lo que implica ser autoridad. Fundamental, la autoridad debe poseer cualidades, las mismas que motivan el asenso que es el asentimiento de la población, y se arriba a ese estado conciencial con la fe, la voluntad y la conducta irreprochables, que decantan en la obediencia al postulado que nos legó Aristóteles: para ser buen político solo se debe servir al pueblo, que ayuda a cumplir orgánicamente progresiva el conjunto de obligaciones y derechos con responsabilidad, ante la población, en primera instancia, y a su conciencia moral.

Esta autoridad en su concepto más profundo tiene sustrato en la formación, el conocimiento, la experiencia, el saber hacer y un carácter incorruptible para imponerse en el cumplimiento de las intenciones buenas, trasuntadas en las necesidades de la población. La autoridad de oficio tiene sus exigencias basadas en el mandato, en el orden y en las prohibiciones, y debe actuar ejerciendo su poder dentro de los límites de sus atribuciones, gestionando con razonabilidad. ¿Qué es una intención? La intención es la determinación de la voluntad en función a un fin; también, designio, propósito, decisión. La intención de los políticos para que sea un veraz servicio a la población requiere la concreción de la aspiración, o deseo de la voluntad para mejorar el nivel de vida de la población y su desarrollo humano, es decir, su logro o consumación. La intención de un político cuando habla y promete debe estar revestida de sentido moral a cualquier acto, aceptado por la ética que le asigna valor a la intención. Empero, a pesar de este obligado conocimiento del valor de la moral de la intención, el político actual nos plantea la paradoja de expresar en palabras, intenciones violentas, dañinas, perjudícales, autoritarias y discriminatorias y, esto, se ha naturalizado como un hecho común. La intención resta su valor cuando es despojada de su esencial sentido moral y, consecuentemente, se prostituye; porque es más frecuente en el político diletante alimentar reyertas, divisiones y situaciones de grave controversia, moviendo e instigando a las bases como carne de cañón; acciones indignas que crispan a la población.

A los políticos sin base moral, se les unen muchos comunicadores, empresarios, sindicalistas, líderes sociales y personas con poder, que expresan sus buenas intenciones en sus palabras, sin correspondencia a su conducta habitual, con su nivel de vida, con la forma en que se relacionan y actúan frente al prójimo, o ejercen su función política, administrativa o sus negocios.

Res non verba o hechos y no palabras, máxima que sustenta las buenas intenciones, pero en general es una verborragia de palabras y nulidad de acciones. Es una de las características más perversas de la hipocresía social. La mayoría de los políticos se sitúan, a sabiendas, en un lugar donde dicen o expresan lo que no van a cumplir; ya que esta clase política está comprometida existencialmente con su estilo de vida, y que poco les importa lo que pase a su alrededor, a sus congéneres y al mundo. Ejemplo: compruebe el lector como trata la administración pública en general y la burocracia del Estado a los ciudadanos, desde sus ministros hasta el más inferior de los servidores públicos.

La buena intención concluye con la acción y el objetivo teleológico de ser mejores seres humanos, desde nuestra racionalidad y voluntad de hacer lo justo, lo verdadero, lo honesto y digno, es decir, lo que merecen todos los ciudadanos.

Hay de todo, en las actuales autoridades, sobre todo una especial soberbia descarada que pone encima del común de los ciudadanos a quienes la ejercen.

Por: Raúl Pino-Ichazo Terrazas