Estaba yo tranquilamente volviendo desde Santa Cruz en el vuelo regular de BoA de las siete de la mañana, que normalmente sale a las 9:30 de Viru Viru para llegar una hora después a La Paz, cuando dio inicio una serie de eventos desafortunados con los que muchos se verán identificados.

Primero, Santa Cruz amaneció fría. Pero a ver, ¿a quién se le ocurrió llamarle “frente frío” a lo que ocurre en la Ciudad de los Anillos a principios de julio? ¿Por qué tanta corrección política? Yo lo llamo un frío de la gran p*** y listo (OK, reconozco que si no pongo esos asteriscos me cancelan la columna). ¿Cómo es posible que mis huesitos crujan más que en Miraflores o Sopocachi? Me acordé de cuando vivía allí, de los estudiantes brasileños que tenía de vecinos en la Busch y Segundo Anillo, que salían de compras esos días con su chamarra tipo sleeping, gorrito de lana, ¡pero en bermudas y bien enchinelados! Y sí, reconozco que los 14˚ del llano húmedo pueden ser más fríos que saludo de tu ex, o que salir a buscar minibús en la Pérez a las seis de la mañana.

El taxi me recoge y tenemos que lidiar con la trancadera que se hace en la salida al aeropuerto, la extensísima y oficialmente llamada avenida Cristo Redentor, comúnmente conocida como avenida Banzer. Cómo confundir a uno con el otro, no me pregunten, quién soy yo para juzgar. Vamos charlando con el taxista, montereño hincha de Guabirá, me dice que hace poco le tocó pasar tres días en un bloqueo en el camino a Yapacaní, que por eso nunca más quiere hacer transporte interdepartamental y que prefiere el taxi, Yango o Uber, que finalmente hay que laburar de lo que salga. “Elay”, le respondo, justo cuando andábamos por el desvío de entrada a “Las Collinas del Norte”.

Llegamos a Viru Viru, y ya lo dije, para los menos perspicaces, el vuelo de las siete salía “con normalidad” a las 9:30. A protestar, esperar, agua y ajo. Vamos a reconocer que en esas salas de espera se puede hacer mucho de lo que ahora se llama “networking”, habilidad antes celebrada como “tener vida social”. Pero claro, si uno está apurado, con gente y deberes esperándolo al otro lado del país y además con el celular sonando como serpiente cascabel (si uno ha tenido el buen gusto de silenciarlo), máximo alcanza a devolver un “buenos días”. Del vuelo no se puede decir mucho, a esa hora todos van semisomnolientos esperando llegar a trabajar al otro lado del país, no falta el gil que no lleva audífonos y hace a todos escuchar sus tik toks mientras el vuelo toma carrera. Casi ya no hay señoras que aplaudan al aterrizar, se están perdiendo los valores.

Al llegar a El Alto, ahí está el detalle, diría Cantinflas, recién comienza la aventura. Porque resulta que el taxista que te dice “vamos a tomar un atajo para cortar”, no sabía que no se puede pasar porque comenzaban los ensayos para la fiesta del Carmen, 16 de julio, sí, patrona de no me pregunten qué exactamente, pero nos metemos en un callejón sin salida. Bien maestrito, digo, irónicamente, gracias joven, me dice él, sin captar la ironía. Quiere salir por otra calle, pero resulta que está en obras. ¿Cómo haberlo sabido? Al fin, tras mucho saltar de una vía a otra, tomando atajos por los que estoy seguro pasé antes, acabamos bajando a la Hoyada. Pero claramente, los días de julio vienen con desfiles de escolares cuyo fin no entiendo, ¿no estaban de vacaciones? ¿No andaban viendo la Euro y la Copa América? Y calles por donde teníamos que pasar, pues no pasamos, porque o están los chicos desfilando, o están los vanidosos padres arreglando los botones de las guaripoleras y pidiéndoles que sonrían para la cámara, qué bien te ves hijita, ahora con la mamá, ahora con tu hermano, ahora conmigo, mientras la gente espera para poder pasar. Bravo, bravo.

Sorteamos el desfile pero obviamente, no podía quedarse atrás uno de los sectores sociales, haciendo un reclamo, bloqueando para ello otra vía. ¿Quiénes? No tengo idea. ¿Es justo su reclamo? Supongo. Finalmente, paso por Obrajes, donde obviamente también son devotos de la Virgen del Carmen, así que otra vez a hacer maniobras para poder llegar. Y más bien no vivo en Chasquipampa, donde recuerdo que de julio a octubre es moneda de todos los días. ¿Resultado? Llego para el mediodía. Gracias BoA, gracias devotos, gracias alumnitos henchidos de fervor cívico (NOT) y sectores sociales, lo único por lo que no puedo culparlos es por el frío.

Por: Martín Díaz Meave