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  • ÁNGELA CARRASCO

29/10/2025.- En La Paz, mientras las familias preparan tant’awawas, escaleras y coronas para recibir a las almas que visitan el mundo de los vivos por Todos los Santos, dos activistas amplían el significado de esta tradición ancestral.

La veterinaria Patricia Frías Martínez y el activista Luis Saucedo levantan altares no para humanos, sino para los animales muertos. Los primeros están dedicados a mascotas que fueron parte de las familias; los segundos para recordar a los ejemplares de fauna silvestre que murieron víctima del fuego, el tráfico o el abandono.

Entre velas, flores y figuras de pan, ambos transforman el rito en un acto de amor, memoria y conciencia ambiental, recuerdan que las almas que regresan cada noviembre también ladran, maúllan o pían. 

En Alto San Antonio, a la altura del segundo cruce, la Mesa de Todos los Santos para las mascotas, es una tradición que la médica veterinaria Patricia Frías Martínez mantiene viva desde hace 13 años en la clínica Parahiba.

“Nos decían locos al principio —recuerda Frías Martínez, mientras acomoda una pequeña corona sobre la fotografía de una perrita mestiza—. Nos decían que los animales no tienen alma. Pero yo sé que sí la tienen”, aseguró

La profesional comenzó esta costumbre en 2011, después de perder a su primera mascota rescatada. Desde entonces, cada 27 de octubre arma un altar para recordar a las mascotas, convencida de que abren el portal para que las almas de los difuntos humanos lleguen los días siguientes.
Asegura que sus mascotas que la inspiraron a crear esta tradición fueron Cielo (16 años), Cleo (15), Paco (15), Nerón (12), Mishka (12), Boris (15), Gato Silvestre (13) y Blanquito (14). Todos fueron rescatados, todos encontraron un hogar en sus manos. 

En su mesa no faltan los objetos que les gustaban en vida, correas, ropa, tazones con agua, croquetas, velas y flores. “Hasta les hacemos sus tant’awawas —dijo—, que son panes en forma de perritos o gatitos. Todo lo que los hacía felices”.

El altar se llena rápidamente, pues llegan familias con fotografías, niños con dibujos, ancianas que aún lloran a sus gatos. Más de 200 personas han dejado algo para sus animales. “Cada foto tiene una historia, y cada historia es un pedazo de corazón”, insistió.

Detrás de la mesa hay también una parte de memoria colectiva. Entre las fotos de perros y gatos domésticos, asoman imágenes de tucanes, tortugas y pequeños felinos que murieron en los incendios de la Chiquitania. La veterinaria fue voluntaria en los rescates y los vio sufrir.

El altar estará armado hasta el domingo 2 de noviembre. Ella invita a la población que quiera llevar la fotografía de sus mascotas y ofrendas lo haga ya que al final de la jornada, los alimentos recolectados se repartirán entre canes callejeros. “Así los animalitos fallecidos ayudan a los que todavía están aquí”, acotó.

A veces, mientras las velas se consumen, algo extraño sucede. “El año pasado, la puerta se abrió sola. No había nadie, pero se sintió como si algo hubiera llegado”, confesó. “Ellos vuelven. Vienen a visitarnos. Cielo, Cleo, Nerón… todos mis hijos regresan” en esta oportunidad.

EL AJAYU NO MUERE

A unos kilómetros de allí, en la ciudad de El Alto, otro altar se levanta, pero esta vez no por mascotas domésticas, sino por animales silvestres. El activista Luis Saucedo, exdirector de Recursos Naturales de la Gobernación de La Paz, prepara junto a su colectivo la Mesa por las almas de la fauna silvestre. Sobre el mantel no hay collares ni juguetes, sino figuras de pan en formas de víboras, flamencos, osos hormigueros, cóndores, monos y loros.

“Esta mesa se inició en 2021, cuando veíamos morir cientos de animales por los incendios y el tráfico ilegal —relató Saucedo—. Quisimos visibilizar esas muertes, pero también rendirles un homenaje.”

Durante su gestión, esta ceremonia se volvió parte de las actividades oficiales de la Gobernación. Cada pieza de pan simboliza un animal muerto, y junto a ellas se colocan datos. Cuántos monos murieron, cuántas aves se perdieron, cuántos fueron rescatados sin sobrevivir. “Es un acto de memoria y también de denuncia”, explicó el activista.

Saucedo encuentra en esta práctica un profundo sentido espiritual. “Para nosotros, los aymaras, el ajayu —el alma— no muere. Cuando un ser humano fallece, puede convertirse en montaña, en árbol o en animal. Por eso, cuando un animal se acerca a tu casa, podría ser tu abuelo que viene a visitarte”, explicó.

El altar se convierte entonces en un puente entre el mundo espiritual y el natural. Cada pan, cada vela, cada plegaria, recuerda la unión entre los seres humanos y los animales. “Queremos que la gente entienda —aseveró— que ese cóndor o ese puma no son ajenos, son parte de nosotros.”

La ceremonia, además de espiritual, tiene un fin educativo. Niños y jóvenes llegan para conocer el significado de los panes en forma de animales. “Cuando entienden que un animal puede ser el espíritu de su familia, juran no volver a maltratar a ninguno”, comentó con sincera emoción.
Saucedo ya no trabaja en la Gobernación, pero la tradición continúa. Este año, la mesa se levantará en la Alcaldía Quemada y luego en el Obelisco, de El Alto.