Era sábado 28 de noviembre de 2016, pasadas las 21 horas, cuando el avión de LaMia, aerolínea boliviana de capital venezolano, experimentaba una situación angustiante al aproximarse al aeropuerto de Rionegro, cerca de Medellín. El avión transportaba a la delegación brasileña del Club Chapecoense, equipo que debía jugar al día siguiente el partido de ida de la final de la Copa Sudamericana.
El capitán de la nave había decidido de manera irresponsable salir del aeropuerto internacional de Viru Viru en Santa Cruz con exceso de peso y con combustible a niveles mínimos —aunque parezca increíble por falta de liquidez de esta particular aerolínea poco solvente— como para arribar de manera segura al aeropuerto de destino en Colombia, situado a poco más de cuatro horas de vuelo desde el aeropuerto de Viru Viru de la ciudad de Santa Cruz.
Su “plan” de vuelo con combustible mínimo se vino abajo cuando la torre de control de Rionegro le dijo al capitán que debía esperar en el aire hasta despejar alguna pista de aterrizaje. La situación se puso cada vez más crítica por fallos adicionales y porque el avión consumía rápidamente el escaso combustible que le quedaba. Ante este panorama de gravedad extrema, el capitán finalmente decidió reportar que la situación del avión era insostenible y que requería una pista de manera urgente para un aterrizaje de emergencia.
La torre de control no sabía con precisión lo qué sucedía en el aire con el vuelo de LaMia y aunque intentó ayudar a encontrar una pista para un aterrizaje de emergencia era demasiado tarde, los cuatros motores se habían apagado uno tras otro. La nave de LaMia, vuelo LMI2933, se estrelló a las 21:58 en Cerro Gordo, llegando a perder la vida 71 personas en este desenlace funesto con sólo 6 sobrevivientes.
La trágica historia del avión siniestrado de LaMia puede servir como analogía de advertencia para graficar los tremendos riesgos que conlleva el negacionismo del actual Gobierno sobre el colapso económico en ciernes. Se niegan a admitir la crítica situación de iliquidez del Banco Central para proveer de divisas al sistema financiero de manera oportuna y la consecuente escasez de dólares para todos los usos que desde hace un par de años estamos experimentando en nuestro país.
Como el capitán de LaMia, nuestro piloto no solamente esconde la realidad económica, sino que es responsable de habernos conducido a la actual situación de emergencia. En su función de ministro de Economía de Evo Morales y como presidente del actual gobierno del MAS, Luis Arce Catacora es responsable del despilfarro de los ingresos que provenían del gas y el auge de las exportaciones, y también del congelamiento del tipo de cambio desde 2011, así como de la usurpación de funciones independientes que antes tenía el Banco Central para controlar el mercado cambiario con un sistema de tipo de cambio flexible mediante el bolsín.
Habiendo reconocido incluso que la subvención a los hidrocarburos es insostenible, Arce se empeña en mantenerla para evitar que su decaída popularidad termine por desplomarse. Mientras que su política de “bolivianización” autocomplaciente, a contrapelo de la caída de las reservas internacionales desde 2014, nos ha conducido a una traumática falta de liquidez en moneda dura y la consecuente devaluación de facto en un 70% respecto al tipo de cambio oficial.
De manera análoga al piloto de LaMia, Arce cree que el combustible de la economía (no el diésel sino las divisas) le alcanzará hasta llegar a la pista de aterrizaje, es decir hasta las próximas elecciones, pero lo más probable es que sólo nos alcance para un aterrizaje de emergencia en unas elecciones adelantadas.
A nadie sorprende ya que nuestro piloto sólo atine a cruzar los dedos, Arce no está dispuesto a informar de la emergencia a los pasajeros y menos a la torre de control —que, siguiendo con la analogía, sería el FMI, tan detestado por los masistas— urgiendo nos habilite una pista para un aterrizaje forzoso que nos libre de caer en picada. Las luces de la nave han empezado a apagarse de manera intermitente —hay desabastecimiento de combustibles, escasez de dólares, no hay ventas y los precios se disparan en los mercados— y aunque nadie lo confiesa, todos buscamos la manera de abrocharnos los cinturones y buscar la mejor posición para resistir lo que se nos viene.
A pesar de todas las alarmas en rojo, la tripulación sigue tranquilizando a los pasajeros con el cuento de que el vuelo se normalizará pronto. La Mía Bolivia, la nuestra Bolivia, otra vez se nos cae… ¡ahora a punto de estrellarse!