Un niño o niña europeo de siete u ocho años podría enseñar a los bolivianos a practicar el respeto con convicción. Podría mostrarles cómo observar los semáforos y no cruzar antes de tiempo, evitando precipitar a los demás a hacerlo. También podría enseñarles a subir a un transporte público solo en las esquinas indicadas, y a los conductores, que a menudo son desaseados con vehículos malolientes, a no detenerse a su antojo en cualquier lugar. Les recordaría no realizar necesidades fisiológicas en la calle con impavidez desconcertante, y a cruzar con decisión las señales de cebra, pues es un derecho de los peatones. Además, no se debe arrojar papeles o envoltorios de comida en la calle, sino en los basureros. Tampoco se debería tocar la bocina de forma estridente, ya que esto causa la ira de los transeúntes y daña órganos vitales como los oídos. Igualmente, no es apropiado circular por las calles con escapes abiertos, como lo hacen algunas motocicletas y autos deportivos, crispando a los transeúntes y despertando abruptamente a quienes descansan.

No se debe ocupar las aceras arbitrariamente, como suelen hacerlo las vendedoras ambulantes, pues esto impide el flujo adecuado de los peatones y los pone en riesgo de ser atropellados. Estas y otras transgresiones, lamentablemente, no parecen preocupar a la autoridad. Al inicio de esta columna me referí a un niño de otra geografía para destacar que la educación que se atribuye a los padres en esos contextos es realmente excepcional, cubriendo incluso aspectos íntimos y preparándolos para una interacción respetuosa con el prójimo. Lo contrario al respeto es la desatención y la indiferencia.

¿Es el respeto un sentimiento? No, no lo es. Aunque está cargado de emoción, está condicionado por una estructura moral; es decir, es lo que debemos al prójimo como comportamiento moral. Los sistemas políticos siempre buscan dominar y, en ese afán, intentan obtener respeto; pero este solo se conquista como algo que se desea, no como una obligación. El respeto define el estatus social. ¿Qué es una persona respetable? Es aquella que ha ganado ese estado, mereciéndolo por los roles que desempeña, ya sea como autoridad o como ciudadano común. Asimismo, se considera que debe haber respeto hacia un presidente que, al terminar su mandato, deja una huella por sus actos, que permanecen en la memoria y gratitud de la población. Tristemente, en las últimas décadas, algunos presidentes que han ocupado esa altísima responsabilidad no han generado un respeto espontáneo, sino sentimientos contrarios.

Es fundamental entender que no se respeta a una persona solo por su experiencia, aunque esto sea el inicio del respeto. Se le respeta por sus decisiones y promesas cumplidas, por acciones que convenzan. Y cuando convencen, el respeto crece. ¿Todos desean ser respetados? Cada individuo debe hacer una introspección honesta y analizar sus actos, reconociendo que la dignidad y el respeto son conceptos distintos. La dignidad engendra respeto por la igualdad.

Finalmente, la crítica no es falta de respeto. Cuando un subordinado cuestiona con respeto y lenguaje adecuado, está contribuyendo al mejoramiento de la gestión. Por lo tanto, no existe irrespeto en ello. A los adolescentes se les debe permitir cuestionar frecuentemente los conceptos políticos y las leyes vigentes, escuchándolos atentamente, ya que sus intenciones son puras y apartidistas. Buscan la evolución de la sociedad.

El caso de los feminicidios y agresiones es un ejemplo donde la implementación de políticas efectivas por funcionarios honestos, el uso de medios modernos de investigación policial, y un poder judicial formado con probidad son vitales. La prensa debe sensibilizarse ante este problema, evitando el mercantilismo. La moral del hombre debe ser reconstruida, pues el pueblo sufre la pérdida incesante de mujeres y niñas valiosas sin posibilidad de recuperación.