En 2007, el entonces presidente de Bolivia Evo Morales afirmaba que su país llegaría a ser la Suiza de Los Andes. Por aquel entonces, el comentario general del eje bolivariano era que la poca inflación y el crecimiento del país altiplánico constituía un ejemplo a seguir, y era la prueba tangible de que su “modelo” de progreso era algo cierto y confiable.
Hoy, aquel “modelo” se derrumba por las inexorables leyes de la economía y por el inevitable peso de la realidad.
En los hechos, la propuesta del Movimiento al Socialismo (MAS) nunca fue realmente un “modelo”, por el simple hecho que no generaba riqueza, ya que simplemente la distribuía. Sin embargo, el planteamiento del llamado “Modelo Económico, Social, Comunitario, Productivo”, principalmente provocó un mayor estatismo, derivando en el crecimiento desmesurado del aparato público, generando también más trabas para la población y mayores posibilidades de corrupción.
Tuvo suerte el MAS de que, en gran parte de su tiempo a cargo del país andino, se dispararon los precios de la materia prima, dando una fuente abundante de recursos, los que por cierto fueron despilfarrados al mejor estilo del botarate de los cuentos de antaño.
Sin embargo, el mal llamado modelo estaba destinado al fracaso. La lógica era simple, y cualquier padre de familia puede notarlo, nadie puede gastar más de lo que gana.
En algún momento el mundo llamó a Bolivia “el milagro Andino”, porque las crisis que iban y venían por otros países, parecían no tocar al país donde mandaba el MAS, pero todo era mentira, porque lo que realmente sucedía era que el gobierno sobornaba a la inflación para que esta no asome su cabeza, pero estaba ahí. Las subvenciones nos mentían una y otra vez, hasta que en cierto momento se acabó la plata.
¿Cuánto cuesta hoy realmente una marraqueta o cuál es en verdad el precio de la gasolina?
Es tiempo de pisar la realidad, porque seguir viviendo en el país de las maravillas es insostenible y peligroso.
La solución no pasa por un referéndum que más parece la tabla de salvación de un gobierno que languidece, en vez de una consulta real. La propuesta, disfrazada de democracia y sazonada con el discurso de permitir la participación de un pueblo acostumbrado a estirar la mano, es riesgosa e innecesaria. Riesgosa porque puede ser un tiro en el pie si es que gana la opción populista y pierde el sentido común; innecesaria porque los temas planteados ya han sido determinados por la ley o pueden ser resueltos por la autoridad en gestión de gobierno.
Pero esto último requiere liderazgo, por no decir capacidad, y eso no lo tiene el gobierno del presidente Arce.
Finalmente, se hace nuevamente evidente que la escuela austriaca de Menger tiene razón en oponerse a las regulaciones económicas que el Estado realiza, porque una y otra vez el poder tropieza y falla, lastima y se equivoca, perjudica y se corrompe.