Una vez más, nos sorprende cómo la despiadada dosis de política en la serie La Casa del Dragón, donde dos facciones de la familia real Targaryen libran una guerra civil por el control del trono, se refleja en el mundo real, y de manera muy especial en Bolivia.

Tras la pandemia de Covid-19, las tensiones geopolíticas entre el G7, liderado por Estados Unidos, y el BRICS, liderado por China, junto con las batallas económicas entre estos bloques y la guerra entre Rusia y Ucrania, han dividido al mundo en dos y están generando un alto costo para la población mundial. Los informes de organismos internacionales sobre inflación, pobreza, desigualdad y desnutrición son como bestias que atacan a las personas más vulnerables.

En Bolivia, la división política ha sido evidente desde el referéndum de 2016, con el país partido en dos entre el Movimiento al Socialismo (MAS) y la oposición. Esta polarización fue provocada por la reelección del entonces presidente Evo Morales, que desembocó en la crisis política de 2019, el gobierno interino de Jeanine Áñez y el retorno del MAS con Luis Arce, quien obtuvo una rotunda victoria con el 55%, devolviendo la hegemonía al partido, como la hegemonía de los Targaryen en la serie.

¿Cómo fue posible esta gran victoria del masismo? La combinación de una mala gestión opositora durante la pandemia, la corrupción del débil gobierno interino, la crisis económica causada por las restricciones del Covid-19 y la candidatura fallida de Áñez fueron determinantes. Sin embargo, hubo un elemento clave que pasó desapercibido: la exclusión de Evo Morales como candidato. Los votantes optaron por una renovación del desgastado MAS, que insistía en la candidatura de Morales.

Quienes estudiamos el poder, la política y sus dinámicas sabíamos que Evo Morales, con su innata naturaleza política, no aceptaría una jubilación definitiva. Era solo un repliegue público. El evismo continuaba presente dentro del MAS y del gobierno, y esto se hizo evidente cuando la bancada oficialista se dividió entre radicales y renovadores, con los evistas saliendo gradualmente del Estado.

Hasta ese momento, la imagen del presidente Luis Arce rondaba el 50% de aprobación, y su repostulación parecía encaminada. Pero con la fractura de la unidad interna a partir de diciembre de 2022, usando como pretexto la Ley del Censo, la batalla dentro del MAS se trasladó a la política nacional, afectando al país. Evo Morales comenzó a criticar públicamente al gobierno de Arce y a sus ministros, y las fichas se habían movido: era hora de atacar.

Su estrategia se basa en algunos pilares, primero, el bloqueo legislativo a leyes económicas, atando de manos al Ejecutivo de políticas públicas y recursos necesarios para la gestión.

Segundo, ataques directos al gobierno, independientemente si son verdaderas, falsa o merecen mayor investigación, por parte de diputados y senadores evistas y exministros allegados a Morales.

Tercero, paralelismo sindical en las organizaciones sociales que componen el Pacto de Unidad. Las batallas en los congresos de las organizaciones sociales, muchas veces violentas, son producto de la división.

Cuarto, estrangulamiento económico mediante bloqueos y paros (Cochabamba, bastión de Evo, es la arteria aorta del país), estos por supuesto afectan al desempeño de las principales variables, como el crecimiento del PIB, la inflación las recaudaciones y el desempleo.

Aunque Morales no lidera directamente estos ataques, excepto en temas económicos, busca dañar la fortaleza de Arce para preservar y fortalecer su imagen política. Sin embargo, también es cierto que Morales es el político con mayor rechazo en Bolivia, y esa es la debilidad de su estrategia.

Veamos los números: según encuestas de Captura Consulting y Diagnosis, 4 de cada 10 bolivianos (40%) no votaría nunca por Evo Morales, y 1 de cada 4 considera poco probable hacerlo. En total, el rechazo a Evo suma el 65% del electorado. Según Captura, los dos siguientes en la lista son Luis Arce con el 19% y Luis Fernando Camacho con el 13%. Además, Morales lidera el rechazo en las principales ciudades: La Paz, El Alto, Cochabamba y Santa Cruz.

Estos niveles de rechazo a dos posibles candidatos del MAS eran inimaginables hace unos años, pero la "guerra azul" y el daño económico resultante han revelado una verdad incómoda: la única fuerza capaz de destruir la hegemonía política del MAS es el propio MAS.

Hoy, vivimos una lucha de hermanos contra hermanos, bolivianos contra bolivianos, en medio de una oposición radicalizada. Sin embargo, estoy convencido de que, tarde o temprano, superaremos el velo de la rabia, el odio y el egoísmo. Con diálogo, consenso y comunión, los bolivianos podremos encontrar una salida en estos tiempos tan desafiantes y en un mundo tan dividido.