El dato es escalofriante por las cifras y por el dramaw humano que encierra. Desde 2013 a la fecha, más de mil niñas, niños y adolescentes han quedado en la más desgarradora orfandad, después de que su padre, padrastro o expareja de su progenitora pusiera cruelmente fin a la existencia de su madre. Mientras el padre asesino cumple una condena de 30 años sin derecho a indulto en una cárcel, los hijos quedan bajo el cuidado de su familia extendida, si la tuvieran. No debe ser sencillo, incluso en caso de tener tíos, abuelos u otros parientes, quedar bajo su cuidado, pues siempre serán considerados como extraños a quienes una situación particular los puso en ese lugar. Y si no los tienen, su vida se torna mucho más complicada. No es difícil imaginara a estas inocentes víctimas de la brutalidad encerradas en centros de albergue, manejados por burócratas insensibles y endurecidos por las circunstancias, los malos tratos de otros internos en esos centros, en los que cayeron por cualquier razón. Si huyen quedarán a merced de delincuentes y la inseguridad que reina para todos cuantos se encuentran en situación de calle. De un día para otro esos pequeños vieron destrozada la mejor etapa de su existencia, su niñez, para enfrentarse con lo peor de la sociedad. Incluso, no faltan los irracionales que después de asesinar a la mujer a la que algún día dijeron que amaban, amenaza a sus hijos con matarlos en ese momento o al concluir su condena en caso de que lo denuncien ante las autoridades. Un proyecto de ley busca, en alguna medida, proteger a estos seres humanos con quienes la vida se ensañado con ellos. Contempla el pago del monto equivalente a un salario mínimo nacional para cada víctima. Se sabe que hay autoridades que rechazan esa posibilidad, bajo distintos argumentos. ¿Habrá una peor manifestación de insensibilidad social y humana? Ni siquiera hay albergues estatales especializados en prestar atención a personas menores de edad que no pueden dormir, sufren pesadillas y reviven los momentos más tristes que cualquiera puede imaginar. Hace falta una política de Estado destinada a proteger a estos niños, niñas y adolescentes que no merecen compasión, sino apoyo generoso para que se recuperen y puedan encarar el futuro en las mejores condiciones posibles, con buena salud física y mental.