Estaba yo tranquilamente haciendo cola para cargar 50 bolis de gasolina super-ultra-mega-premium, de la única que llega ahora gracias al tilinesco gasolinazo encubierto, cuando todo esto ocurrió. 

Iba ya casi seis horas en la fila, a ocho cuadras del surtidor, cuando un ñato de esos que nunca faltan llegó en un Rav 4 verde del año de la cachaña, todo hecho al gil para querer colarse, diciendo que él estaba detrás de una peta blanca que nadie identificó. En ese momento se armó la hecatombe, la debacle, una seguidilla de hechos bochornosos que involucraron al colador del Rav 4, a un taxista que supuestamente le había ganado el lugar, un gordo que trataba de separarlos, una señora que repartió un par de buenos porrazos defendiendo a su marido, y al boludo de la famosa peta que apareció finalmente, diciendo que había ido a comprar unas salteñas.

Como todo pasaba tres autos detrás de mi lugar, decidí hacer como organismo internacional: mientras decía “qué pena, no deberían pelearse” sin que nadie me escuche, transmitía la pelea en vivo por TikTok mientras comía unas pipocas. Después, obviamente, manifesté consternado mi preocupación por la violencia a la que habíamos llegado, mientras le pagaba 20 pesos a unos changos que estaban en un Vitara delante mío, porque yo le aposté al taxista y ellos a la señora, que al final le sacó dos dientes al frustrado colador.

Pero uno nunca debe quedar indiferente ante estos hechos. Por ello, seguí los dictados de mi conciencia e hice lo más boliviano que se me ocurrió: fui a comprar unas chelas y puse música en mi auto para que todos hagan las paces. Naturalmente, funcionó y todos bailamos, nos abuenamos, nos sacamos fotos para subir al Insta y brindamos. Alguien mencionó que la policía podía llamarnos la atención, pero como justo había una patrulla también haciendo fila, invitamos a los de verde a disfrutar las birras con nosotros. Les preguntamos por qué no habían intervenido en la pelea y nos dijeron “es pues peligroso a veces, joven”. Sinceridad ante todo. Nos hicimos amigos y de paso, nos regalaron rosetas de la inspección técnica. 

Más tarde reconocí a uno de los implicados en la disputa, era el Toto, un viejo compañero de universidad al que le decíamos “Ford Escort”, porque era pintudo pero ordinario. Con él nos quedamos hablando de cómo habíamos llegado a esta situación.

–Qué grave hermano, cómo duele…

–Sí, es terrible ver tan fregada a nuestra patria.

–En realidad hablaba del feroz puñetazo que me dio la señora, pero sí, también…

–¿Te acuerdas en la U? Leíamos de cómo Estados Unidos ponía y sacaba presidentes, para así fregar a América Latina. Bueno, había sido más fácil: votas por un populista y en 15 años tu país está bien jodido. Y sin injerencia yanki.

–Eso sí me duele más que el piñazo. ¡Cómo estos giles se han farreado los años de bonanza de la economía! ¡Son más inútiles que un cenicero de moto!

–Más efectivos que un desarmador de espuma.

–¿Y dónde está el presidente? –Dijo el Toto, parafraseando sin querer a una célebre película sobre un avión cuyo conductor también era un inútil.

–Se acaba de ir a Rusia, a la cumbre de los BRICS. Vos sabes, los países que supuestamente están haciendo un bloque económico para oponerse al dólar.

Se nos salió un “Pfffft” desde lo más profundo y nos reímos, tomando un sorbo de cerveza.

–¿Son como el Grupo de Puebla?

–No, estos son serios. En realidad, se supone que sus economías van a ser más grandes que las de los países del G7 para 2028.

–Ah ya… ¿y qué se supone que estamos haciendo nosotros en esa cumbre?

–Lo de siempre: ver si nos caen unas sobras de la mesa.

–Es decir… no hay dignidad.

Y la verdad, cuando no hay, simplemente no hay. Así nos quedamos, haciendo fila porque no hay  gasolina, no hay diésel, no hay dólares, y ahora no hay carne ni pollo. Ya nos avisaron que en un par de meses no habrá arroz. Pero no podemos esperar otra cosa, porque no hay gobierno, no hay estado, no hay moral, y no hay autoridad.