El principio del fin. En agosto de 1985, Víctor Paz Estenssoro puso en vigencia el neoliberalismo que sepultó al capitalismo de Estado en Bolivia. Cuando promulgaba el Decreto Supremo 21060, el exmandatario sostuvo que ese modelo tendría vigencia por 20 años.
La libre contratación de trabajadores, la capitalización —que no era otra cosa que la privatización de las empresas del Estado—, la flotación del dólar, la libre exportación, la explotación de los recursos naturales por empresas trasnacionales y todas las medidas aparejadas causaron protestas sociales muy serias.
La Guerra del Agua, que estalló en abril de 2000 en Cochabamba debió ser un llamado de atención para quienes administraban el Estado, pero siguieron adelante con sus políticas que causaron mayor rechazo popular.
Hasta que llegó febrero de 2003, que marcó un hito en la historia. Gonzalo Sánchez de Lozada, cuya débil presidencia se apoyaba en poco más de la quinta parte del electorado, presentó un proyecto para aplicar descuentos a los asalariados para cubrir el déficit fiscal.
La reacción de los afectados fue virulenta y se desencadenaron las acciones que derivarían ocho meses más tarde en la huida del Primer Mandatario, no sin antes dejar un reguero de muerte y dolor en el país.
Los hechos que se sucedieron hace 22 años fueron gravísimos y permitieron comprobar que los bolivianos no estaban ya dispuestos a tolerar imposiciones, como la pretendida venta del gas natural a mercados de ultramar a través de un puerto en el norte de Chile.
Hace 22 años el neoliberalismo daba sus últimos estertores en el país, aunque todavía faltaban dos años para que se produzca el quiebre total.
Si de algo podemos enorgullecernos es de que logramos esa transición a través de votos y no de disparos. Es la mejor demostración que lo que se convino en llamar la profunda vocación democrática de los bolivianos.
Un nuevo modelo sustituyó al anterior y aunque éste tiene algunas dificultades, éstas no arrastran las complicaciones que tuvo el final del modelo neoliberal.