Aún recuerdo aquel lejano 24 de enero de 1956: Alasitas en Chuquiawu Marka, cuando de pronto me solté de las manos de mi papá y, sin percatarme, cogí las manos de otra persona y seguí caminando sin que esta dijera algo. A los pocos minutos sonaba la silbatina de mi papá en toda la plaza de San Pedro donde se desarrollaba la Feria de Alasita, fiesta del Ekhekho, la divinidad ancestral andina. El sonido de su zampoñita de carey era la clave para encontrarnos, aunque yo ya me había internado en esa otra dimensión de los sueños y de lo posible.
Esa primera fiesta del “ekeko” no la olvidaría jamás: mi padre me compró una cocinita y sus ollas de latón pintadas, muñecas de estuco, bolsitas de arroz, azúcar, harina, etc., todo para aumentar al cargamento de un camioncito de lata que también me obsequió. Aquella fiesta de la Alasita en la Plaza de San Pedro y adyacentes era muy pequeña comparada a la actual. Con los años esta celebración se trasladaría a diferentes lugares de La Paz, hasta terminar donde está hora, el moderno Parque Urbano Central. Sin decir que la tradición se ha expandido a distintos lugares del país, en diversas fechas del calendario.
Sin duda han crecido los honores, bendiciones y ch’allas al Ekeko y, aunque haya perdido algo de su esencia como el pago con botones o el trueque, ha ganado en cantidad de adeptos que la visitan para adquirir bienes en miniatura y rendirle culto al dios de la abundancia, ya sea en forma de bendiciones en plomo, con agua bendita o ch’allas con cerveza. Se dice que las miniaturas adquiridas se las debe hacer bendecir con un sacerdote católico y hacer ch’allar con un yatiri. De hecho, se cree que los objetos comprados se transformarán en bienes reales, al menos esa confianza teníamos desde tiempos antiguos. Ni más ni menos como el investigador e historiador Rigoberto Paredes. señala en su pequeño pero valioso folleto “El Ekhakho”: “La ciega confianza que tenían en él, la cual no pudieron desvanecer los misioneros con sus prédicas ni persuasiones”.
No obstante, ¿qué es en definitiva el Ekeko? Se pueden emitir muchos conceptos: una divinidad, un amuleto, también una illa, es decir –en palabras de Ludovico Bertonio– “cualquier cosa que uno guarda para provisión de su casa: chuño, maíz, ropa, plata, joyas, dinero”. Por su parte, el Breve Diccionario Bilingüe Aymara - Castellano de Félix Layme Pairumani define illa como un amuleto para atraer la abundancia. “Era el dios de la fortuna y de la prosperidad entre los antiguos Kollas” agrega, una vez más, don Rigoberto Paredes. Por si fuera poco, luego de que se rescató una illa de manos del antropólogo von Tschudi en la década del dos mil (misma que se conserva en el Instituto Nacional de Arqueología), se empezó a decir que esa era la “Illa del Ekhekho” y desde entonces cada 24 de enero se la saca del museo y se la venera en la Alasita.
Ahora bien, hay otra versión acerca del Ekhekho divulgada por la socióloga Doris Butrón en su estudio titulado “Nuestra Señora de La Paz, Alasitas y el Ekeko (1901-1924)”, y dice así: “A fines del siglo XIX y particularmente a principios del siglo XX, se integran a la Feria de Alacita miniaturas trabajadas en yeso y entre ellas una esculturas de un personaje de gran parecido a Sebastián Segurola, quien organizó la defensa de la ciudad durante el Cerco de 1781; tenía los brazos abiertos en actitud de bienvenida y fue expuesto en los puestos de venta junto a otras miniaturas del mismo material”.
De hecho, se afirma que esta escultura fue descubierta por niños y luego algunos artesanos le fueron colgando en sus brazos y hombros decenas de “menudencias” que representan a los objetos necesarios para el hogar. Apenas vieron a este dios de la abundancia, las personas exclamaron en idioma aymara, ¡Ekhekho alasijta, alasijta!, mientras los castellano-hablantes ofrecían ¡Ekeko, comprame caserita!
Finalmente, cabe mencionar que el peruano Víctor Ochoa recurre a la historia oral mediante entrevistas a los abuelos y concluye que “el ekeko no fue simplemente un idolillo o un talismán practicado por los aymaras como una superstición, sino que fue mucho más allá de ese concepto. Era como un discípulo de Dios verdadero o quizá un enviado por Dios, por eso se necesita investigar más a fondo sobre estas manifestaciones del pueblo aymara.”
De momento, el ritual de hacerle fumar al Ekhekho y de las alasitas se sigue prácticando con algunas variantes, desde el Altiplano hasta las zonas del Valle y el Chaco bolivianos, e incluso en otras metrópolis del mundo, como clara señal de que las culturas ancestrales siguen vivas.
¡Jallala Ekhekho, pronto nos veremos!.