Estaba yo tranquilamente cambiando unos cuantos dólares a doce wulivianus por cada Washington, cuando mi amigo Wolfgang Justiniano Parada, ignaciano de nacimiento, camba de pura cepa y colla por orden de su jefe, que lo mandó a trabajar a nuestra ínclita hoyada, me llamó para preguntarme si iba a sumarme a las protestas contra el censo.

—No estoy seguro —le dije. La verdad es que estaba cantado que iba a ser un desastre. Yo lo veía venir así, más fallado que auto chino. Era como ver una película con Will Ferrell; no podías esperar nada bueno.

—Pariente, esto nos afecta a todos. ¡Hicieron desaparecer a un millón de cruceños! Vamos a ir al paro cívico; esto no se va a quedar así —me dijo, mientras me hacía antojar un zonzo delicioso que había comprado para el desayuno, sosteniéndolo por su típica vara de madera, haciéndome ver como el zonzo a mí. Pero la verdad, la última vez que la ciudad de los anillos fue al paro, era para que el censo se realizara, así que me pareció raro que esta vez el paro se iniciara porque el censo efectivamente se hizo.

Para salir de dudas, llamé a mi amigo experto en estadística, Abraham Tirado Cuentas, alias "el Cifras", uno que al dar clases era más temido que Zapata y Murillo. A sus exámenes les decían "la lista de Schindler", porque todos salían llorando.

Fui a la humilde oficina de mi amigo en el Edificio Castilla, frente a las salteñas "La Paceña". Al verlo y escucharlo, podías pensar que te iba a contar una teoría de la conspiración, por la pasión que le imprimía al relato. Con una calva que reflejaba el cielo raso, sus lentes amarrados con cinta Scotch, dos patillas que le daban un aire de científico loco y una camisa que no se cambiaba desde hacía tres días, mi amigo "el Cifras" comenzó a desfacer el entuerto del censo.

—Partamos por lo básico: hay que confiar siempre y de buena fe en todo lo que nos dice el gobierno.

Hubo un largo silencio. Inmediatamente, comenzamos a partirnos de risa, casi hasta llorar. De esa manera rompimos un poco el hielo.

—No, ya en serio —me dijo el Cifras, calmando nuestra risa—. Es como la fábula de Pedrito y el lobo, ¿ves? Si cuentas mentira tras mentira, nunca se va a saber si estás diciendo la verdad, y el lobo te va a comer; nadie va a venir a ayudarte. Eso ha pasado con la credibilidad de nuestras autoridades.

—Ya, pero es un gran problema… mucha gente cree que los datos presentados no se corresponden con la realidad. Según mi amigo, se han perdido un millón de cruceños. Y eso es difícil, porque usted a donde vaya, los primeros que se van a encontrar con un abrazo y a viva voz son los cambas.

—Corrección: ese millón nunca existió.

Ahí lo miré raro al Cifras y le pedí que me explique.

—Comencemos por decir que son un millón de bolivianos, no solo de cruceños. ¿Me sigues?

—Lo sigo —dije, pensando en que hay bolivianos que sí se pierden, como los que se van a Argentina, o a los pandinos, que siempre cuesta encontrarlos.

—¿Cuántos éramos según el censo de 1992? 6,4 millones. ¿En 2001? 8,2 millones. ¿Y según el censo de 2012? 10 millones y algo más. Parece no haber nada extraño, ¿verdad? Crecer más o menos 2 millones cada 11 o 12 años… pero, mi amigo, el problema no está en el último censo, sino en el anterior.

Ya no lo vi raro, lo miré como cuando te ponen un supositorio sin consultarte.

—Sí, mi estimado, este censo puede haber tenido sus vicios, o puede haber estado peor organizado que un campeonato de deletreo para disléxicos, pero el problema no es 2024, sino 2012. Porque, ¿se acuerda quién gobernaba? ¿Y se acuerda que de repente el padrón electoral creció como si le hubieran metido levadura? Peor aún, ¿se acuerda lo que pasó en cada proceso eleccionario posterior? Y el 2019, bueno, qué le puedo decir…

Cada palabra que me decía, yo la escuchaba con el violín de "Psicosis".

—Perdón, le voy a bajar a la música —dijo el Cifras, acercándose a su parlante—. ¡Me encantan las bandas sonoras de películas antiguas!

Ya en silencio, el estadístico terminó con una frase del sabio oriental Sun Tzu: "El arte de la guerra se basa en el engaño". Así salí de la oficina del Cifras, preocupado, zonzo, y de paso sin mis dólares, porque será mi amigo, pero igual me cobró por la visita.