El Movimiento al Socialismo (MAS) enfrenta una crisis interna que podría alterar significativamente el panorama político de Bolivia de cara a las elecciones de 2025. La fractura entre Evo Morales(Evo)  y Luis Arce (Lucho), dos figuras clave dentro del partido, ha generado una creciente especulación sobre si el MAS se dirige hacia una división real o si estamos ante una estrategia política bien calculada. Esta situación abre interrogantes sobre las intenciones detrás de esta aparente ruptura y las posibles consecuencias tanto para el partido como para la oposición.

El MAS, fundado en 1997, ha sido la principal fuerza política en Bolivia desde que Evo asumió la presidencia en 2006. Durante su mandato, Evo consolidó su poder con el respaldo de movimientos sociales, sindicatos y sectores rurales. Sin embargo, tras su salida en 2019, en medio de acusaciones de fraude electoral, el partido se enfrentó a una nueva dinámica de poder con la elección de Lucho en 2020, un economista tecnócrata que ha marcado un estilo de gobierno diferente. Esto ha causado tensiones internas, alimentadas por las aspiraciones políticas de Evo de regresar a la presidencia en 2025 y las críticas abiertas a la gestión de Lucho.

El conflicto entre ambas facciones, una liderada por Evo y otra por Lucho, ha escalado en los últimos meses. Evo ha acusado al gobierno de Lucho de corrupción y de traicionar los principios del MAS, mientras que Lucho ha intentado distanciarse del legado del expresidente, lo que ha avivado las tensiones. La pregunta que surge es si esta fractura desembocará en una división real o si es una estrategia política con el fin de asegurar el control del poder más allá de 2025.

Algunos analistas sugieren que la separación del MAS podría ser una maniobra táctica. Al presentar dos candidatos, uno por la facción “evista” y otro por la “renovadora”, el partido podría captar diferentes segmentos del electorado, evitando así una fragmentación de votos y asegurando que, sin importar qué facción gane, el MAS se mantenga en el poder. Esta estrategia podría desarticular a una oposición ya debilitada, que ha demostrado dificultades para consolidarse desde la crisis de 2019. No obstante, esta táctica es arriesgada. Si la fractura se convierte en una división real y las dos facciones compiten por separado, el MAS podría perder fuerza y permitir que la oposición, aunque fragmentada, logre capitalizar el desencanto dentro del partido.

La oposición, representada por figuras como Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, enfrenta un dilema. Por un lado, la división del MAS podría abrir una ventana de oportunidad para consolidarse y atraer a votantes desencantados de ambos bandos del oficialismo. Por otro lado, una oposición dividida podría resultar incapaz de aprovechar la situación, permitiendo que cualquiera de las facciones del MAS termine dominando el escenario político(tal cual sucedió, hasta años después de la Revolución Nacional del 52 con el MNR, MNRI, PRA, PRIN, etc). El historial de falta de cohesión y una estrategia clara por parte de la oposición sugiere que podrían no estar en condiciones de capitalizar esta división.

Si la ruptura dentro del MAS es genuina, las implicaciones para el sistema político boliviano serían profundas. Una división real del partido podría debilitar su capacidad para gobernar de manera coherente y abrir el espacio para nuevos actores políticos. La historia de las fracturas partidarias muestra que, una vez que una escisión se formaliza, es difícil revertir sus efectos. Además, una lucha prolongada entre Evo y Lucho podría no solo fragmentar al partido, sino también a las bases sociales que lo han sostenido durante casi dos décadas.

Sin embargo, una separación calculada podría fortalecer al MAS si ambas facciones logran posicionarse en diferentes sectores del electorado. Evo, con su sólida base rural y sindical, sigue siendo un actor influyente en la política boliviana, mientras que Lucho ha logrado atraer el apoyo de sectores urbanos, jóvenes y tecnócratas. Esta diversidad de apoyo podría ser la clave para mantener el control electoral, si las facciones del MAS logran evitar que las diferencias internas se conviertan en una guerra fratricida.

El MAS enfrenta, pues, un momento crucial. La cuestión principal es si la división actual es irreversible o si se trata de una estrategia política para fortalecer la posición del partido frente a las elecciones de 2025. Cualquiera que sea el desenlace, las elecciones futuras serán determinantes para el panorama político de Bolivia. Si el MAS logra mantener su unidad o, al menos, una separación estratégica, podría seguir siendo la fuerza política dominante en Bolivia. Si la división se profundiza, podría significar el fin de su hegemonía y abrir la puerta a una reconfiguración del mapa político nacional.

La capacidad de Evo y Lucho para manejar esta crisis determinará el futuro del MAS y, en gran medida, de Bolivia. Mientras tanto, la oposición observa de cerca, buscando cualquier oportunidad para romper el dominio del partido. Pero con una oposición fragmentada y un electorado dividido, la balanza sigue inclinándose a favor de un MAS que, aunque fracturado, aún tiene el potencial de dominar el escenario político boliviano.