Estaba yo tranquilamente esperando la llegada de mi hermana desde el viejo mundo en el Aeropuerto Internacional de El Alto, en la puerta 1 (que todos sabemos que en realidad es la única) cuando saltó a mi vista una interesante máquina.
Era un simulador de juegos arcade de los 80 y 90s, de lo que comúnmente llamábamos “tilines”, colocado en el lugar no solo más desubicado, sino más incómodo del país: la salida de migración de los pocos vuelos internacionales que aún llegan a la ciudad de La Paz.
De acuerdo, el aeropuerto es un lugar donde se espera mucho y a veces esa paciencia se vuelve tedio. Pero esa máquina está colocada realmente en el sitio más surrealista, donde los familiares esperan a los viajantes. Me imaginé un par de diálogos que difícilmente podrían ocurrir:
–Qué emoción, ¡ya llegó el vuelo de nuestra hija desde Lima! –Cierto, pero mientras pasa migración, ¿te animas a un Street Fighter? –¡Dale! ¡Yo elijo a Ryu, vos a Chun-Li! Tal vez otro: –¿Ya llegó el vuelo de Bogotá? Tengo que recoger al Lic. Pérez. –No llega todavía. Mientras, le sugiero que aproveche para ju- gar un Tekken.
En fin, supongamos que retiramos la maquinita del curioso lugar donde fue emplazada a una ubicación más discreta. ¿Ahora con qué nos vamos a entretener? ¡No hay problema! la Aduana Nacional ha pensado en nosotros: ¿qué tal si ponemos los puestos de revisión de maletas ahí, justo frente a la puerta de salida de migración, de tal manera que los familiares en espera puedan ver los colores de los chones de los viajeros? ¿Señora, me puede explicar qué es esto? Se trajo estas talla D cuando usted claramente es talla B. Ah, no se preocupe, ya vi a quién se la trajo de regalo. ¡Siguiente! Pero el absurdo no comienza ahí.
En realidad el pasmo inicia al pasar el peaje de la autopista y comprobar que ciertos iluminados son incapaces de guardar la factura en su guantera y no ven mejor solución que botarla al paso, haciendo que dicho tramo parezca una salida a cancha de los equipos en el clásico, que por cierto, estuvo más desequilibrado que el Pre- supuesto General del Estado de 2025.
Si uno sube de madrugada, se pierde (gracias a dios) una de las atracciones más “very typical” de nuestra ciudad: la tremenda trancadera de la Ceja para doblar hacia el aeropuerto. No importa si querías llegar a la terminal con una hora de anticipación, calcula que estarás al menos unos 20 minutos recorriendo menos de 200 metros de pura idiosincrasia nacional.
Quisiera que el cuento acabe ahí, pero resulta que, cuando llegas y te pones a esperar a tus parientes, hay cafés, hay farmacias, hay tiendas de souvenirs, pero los baños principales están cerrados, y no hay un solo cartel que indique que hay que ir al oootro lado de la terminal a buscar los que están habilitados.
Te das de frente con el letrero de “Estamos trabajando por usted” y listo. En un espacio donde se supone circulan personas que no necesariamente hablan nuestro idioma, es necesario buscar a alguien para preguntarle dónde puede haber otros baños que se pueda utilizar. Esto se tornó particularmente dramático el día que BoA (ayayay, otro rato hablamos de BoA) retrasó todos sus vuelos a Santa Cruz 9 horas.
Ya de bajada, cuando has recogido a tus parientes, inicia la aventura de vuelta. Otra vez la trancadera de la Ceja, que parece que nunca tiene solución, al igual que los baches de esa avenida. Y al llegar a la autopista, la magia: 8 puestos de peaje, de los cuales funciona uno de bajada y uno de subida, así que toca hacer cola, entre flotas, camiones y minibuses.
De esa manera, aeropuertos y aerolíneas en Bolivia cumplen con la noble labor de evitar a toda costa que los pasajeros lleguen a su destino, en una batalla sin cuartel contra la higiene, la planificación, el orden, y el enemigo más grande, el sentido común, a quien no vemos hace tanto, pero tanto, que añoramos que un día vuelva por esa puerta de migración.