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Aunque no lo parezca, el oficio de lavandera tiene futuro en La Paz. El agua que sale a borbotones de las vertientes de la ladera oeste permiten ganar el sustento diario a muchas mujeres que trasladan docenas de ropa de vestir y de cama para lavarlas y devolverlas limpias a sus dueños.

Las lavanderías establecidas en medio de los cerros se encuentran en las zonas de Tacagua y Niño Kollo. En el primero, lavanderos y propietarios de vehículos pelean por un lugar porque la vertiente se encuentra sobre la avenida Marcelo Quiroga Santa Cruz, en el sitio conocido como la curva de San Juan.

En cambio, en las lavanderías de Niño Kollo, las mujeres deben llegar temprano para guardar espacio, porque la demanda es tan alta que hay familias que permanecen ropa hasta que empieza a oscurecer.

“De todo lado, vienen las familias, desde El Alto, la avenida Periférica y también de este sector. Los dirigentes de la junta de la zona lograron que se construya las lavanderías y para hacer mantenimiento cobramos tres bolivianitos”, dijo Cristina Colque, cuidadora del predio.

En las cuatro lavanderías, igual número de mujeres refriegan las prendas, mientras sus hijos o esposos las enjuagan en las piscinas aledañas y luego dejan que escurra para colgar las en cuerdas dispuestas en todo el sector.

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Fotos: La Prensa

Alcira Paniagua es una de esas trabajadoras, quien junto a sus hijos recoge, un día antes, las prendas de sus “caseras” y desde muy temprano se traslada a Niño Kollo para sacar la mugre de edredones, frazadas, overoles y ropa liviana.

Antes de 24 horas después, devuelve las prendas limpias y por cada docena cobra 15 bolivianos, pero si son frazadas o edredones el pago es de cinco bolivianos por cada unidad.

“Es un ingreso para la familia. Mi marido me abandonó por otra mujer y debo salir adelante por mis hijos y lavar ropa da un buen ingreso. Aquí lavamos y enjuagamos con bastante agua, luego hacemos secar la ropa. Lo bueno es que no uso el agua de la casa donde vivo en alquiler, porque me cobrarían mucho”, reveló.

La demanda proviene de aquellas personas a quienes no les agrada que su ropa sea lavada en equipos electrónicos y desconfían de las personas que ingresan en sus domicilios, por lo que contratan a estas personas.

Una de esas familias es la de Jaqueline Mendoza, quien aseguró que “yo confío en doña Charito, ella lleva toda la ropa de la semana en jueves y me la devuelve los domingos. Hace un buen trabajo y no cobra mucho”.

Con tres miembros en su familia, asegura que es una inversión antes que un gasto, pues ahorra en agua y energía.

Por: Wilma Pérez Soliz