La fecha no debe pasar desapercibida. Hace casi 47 años, el 28 de diciembre de 1977, cuatro esposas de trabajadores mineros, Nelly de Paniagua, Aurora de Lora, Luzmila de Pimentel y Angélica de Flores, llegaron a La Paz desde Siglo XX y Catavi, a la sazón los principales centros de explotación de estaño de Bolivia para declararse en huelga de hambre.

Cuatro puntos contenía el pliego petitorio presentado por estas valientes mujeres: Amnistía general e irrestricta para todos los presos, exiliados, residenciados y perseguidos por causas políticas y sindicales; reposición en sus trabajos de todos los que por las mismas causas fueron despedidos; vigencia de todas las organizaciones sindicales y derogatoria del decreto que declaraba zona militar a los distritos mineros y retiro de las tropas de los mismos.

Cercado por la presión externa y por movilizaciones de sectores populares, el dictador Hugo Banzer tuvo que resignarse y convocar a elecciones generales para 1978, pero quería cubrir su retirada, por lo que la apertura democrática era tan limitada, que daba la impresión de que sólo se produciría un cambio de guardia en Palacio Quemado, la sede del Poder Ejecutivo de entonces.

Más de 300 bolivianos no podrían regresar al país para participar en la lucha electoral, regía la prohibición para el funcionamiento de sindicatos, pues los trabajadores eran conducidos por “coordinadores laborales” designados por el gobierno, los uniformados sembraban el terror y la represión en los centros mineros, que habían sido declarados zona militar y cualquier obrero o trabajador podía ser despedido si se sospechaba que era de izquierda.

Aunque llegaba el año nuevo, en pocos días, más de un millar y medio de personas se echaron a morir en demanda de que la dictadura ceda ante la presión popular.

Casi un mes después, y después de que se produjo una violenta intervención policial en los piquetes de huelguistas, la dictadura cedió y aprobó la amnistía general e irrestricta y, aunque todavía faltaba mucho para consolidarla, aquellas heroínas pusieron la piedra fundamental de la democracia boliviana.

Sin aquel lejano 28 de diciembre de 1977 sería imposible comprender el presente del país.