14/2/2025.- Se recuerda hoy el 146º aniversario de la invasión al puerto boliviano de Antofagasta. Tropas chilenas tomaron aquella aciaga jornada esa ciudad e iniciaron una guerra de conquista, cuya primera batalla de resistencia fue encarada por un puñado de heroicos civiles al mando de Eduado Abaroa, un mes y nueve días después, el 23 de marzo.
Casi siglo y medio después es importante hacer algunas reflexiones históricas.
Para establecer los límites de los nuevos países creados en Sudamérica, tras la Guerra de la Independencia, se aplicó el principio jurídico del uti possidetis iuris de 1810. Esto significa que el territorio de los Estados nacientes se basaba en la administración colonial establecida en 1810 por España.
Por ello, Bolivia nació hace 200 años a la vida independiente con alrededor de dos millones de kilómetros cuadrados, aunque sus fronteras no estaban claramente definidas.
Sin embargo, quedaba claro que tenía acceso, como lo reconoció la Corte Internacional de Justicia de La Haya, a las costas del Pacífico.
Dos centurias más tarde, Bolivia perdió la mitad del territorio que reclamó como suyo el 6 de agosto de 1825. La Independencia Nacional no generó un cambio en la existencia de los pueblos originarios, que siguieron sumidos en la discriminación y en la absoluta carencia de derechos civiles y sociales.
Los sectores dominantes de la sociedad ejercieron, en consecuencia, el mismo dominio que cumplieron durante la Colonia.
Con mano de obra prácticamente gratuita, que les garantizaba una vida cómoda, esas élites no tenían motivos para preocuparse por defender las fronteras y más bien miraban hacia Europa, París o Londres, como las urbes en las cuales deberían establecerse algún día.
Nuestros vecinos, y Chile no fue la excepción, avanzaron sobre nuestros territorios ante una pasividad extrema de nuestros gobernantes.
El colmo fue la actitud de Aniceto Arce, quien desde el poder político y con la notable fortuna que adquirió, apoyo la suscripción del nefasto Tratado del 20 de octubre de 1904 que enclaustró definitivamente a Bolivia.
A 146 años de aquella invasión, se debe comprender la necesidad de cuidar la patria.