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Pinturas de mujeres que llevan vasijas en las manos, bailarines con máscaras chiquitanas y niños que tocan violines... Son pinturas trazadas con colores cálidos. Son el sello que caracteriza al pintor cruceño Adolfo Torrico, quien promete retornar al muralismo, después de crear obras propias de menores dimensiones, obliado por el confinamiento de los tiempos de pandemia.

Torrico nació en San Ignacio de Velasco. A sus 14 años salió de su pueblo, cuando aún desconocía el arte de los pinceles. Se fue a Santa Cruz de la Sierra para terminar el bachillerato. Fue allí, en una biblioteca de barrio donde conoció a William Áñez, quien le enseñó la pintura y, desde entonces no dejó esta disciplina.

“No sabía que sería muralista, pero estaba seguro de que quería pintar”, dijo. Al finalizar la carrera de Artes en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, al igual que sus compañeros, no tenía certidumbre sobre la actividad a realizar.

“No teníamos idea de lo que íbamos a hacer”, confesó Torrico, quien como cualquier veinteañero cargado de energías estaba presto a encarar proyectos y formó junto a Óscar Sosa el colectivo Arterias Urbanas, un colectivo de jóvenes egresados que ofreció exposiciones en las calles, porque hacerlo en una galería les resultaba imposible. Plazas cercanas a los mercados como La Ramada o el Plan Tres Mil eran espacios ideales para mostrar pintura, junto a teatristas, poetas, músicos y grafiteros.

“Así empezamos con el arte público”, comentó Torrico. Era algo de lo que no se hablaba en la Universidad, donde predominaba la pintura de caballete, cerámica o grabado y consideraban el arte callejero propio de los pandilleros. “Aprendí muchísimo de ellos, se juntaron con nosotros, porque pensaban que sabíamos más que, cuando, en realidad, aprendimos más de ellos”, apuntó.

En aquella época, Torrico se dedicó de lleno a los murales, en gestión de proyectos y colaboraciones con otros pintores bolivianos y extranjeros, un movimiento que duró 10 años, hasta que llegó la pandemia. “Abandoné todo aquello, incluso la docencia”, recordó.

Con el encierro obligado por el coronavirus, Torrico se dedicó a crear obras de menor formato, a las que considera propias. Paisajes, árboles, aves y el monte seco de la Chiquitania están plasmados en su obra, pero también su gente, quienes hacen música y a las mujeres en su cotidianidad. Son su inspiración. De pronto, se le abrieron las puertas de las principales galerías de Santa Cruz.

“Busco causar una sensación de paz”, dijo el cruceño, quien se encaprichó con el verde en sus obras. “El verde me persigue por todos lados, intento huir y usar solo rojo o amarillo, pero el verde está presente en todas mis obras”.

En cinco años, expuso más de 200 obras. Cuatro veces al año, las galerías dan la bienvenida a los cuadros de este artista. Ahora prepara una nueva colección sobre los iconos de Santa Cruz.

Sin embargo, guarda una sorpresa: Al año regresará con fuerza con los murales, porque considera que su ciudad necesita más color e imagen. “Pintaré en los puentes y los puentes de ciudad de Santa Cruz, haré arte público, volveré nuevamente al movimiento”, apuntó. Santa Cruz le agradece...

Por: Aleja Cuevas