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El fútbol boliviano no tiene trabajo de base, por eso no surgen valores para los clubes y la selección nacional. Antes, cuando no había Liga, cuando se hacían torneos departamentales, los clubes proyectaban uno que otro talento que a sus 15 o 16 años tenían buenas condiciones. Eran chicos que habían aprendido a patear el balón en el barrio y en los clubes tenían la vitrina para destacar. Algunos, no todos.

Desde que se creó la Liga del fútbol profesional (1977), esa figura desapareció. Los equipos (los que empezaron a jugar ese torneo) elevaron su nivel competitivo, pero ya no con gente del medio, sino del exterior en su mayoría. Los jugadores ya dejaron de trabajar y jugar, ya tenían contratos solo para jugar. Y, automáticamente, se cerraron las puertas para el escaso talento que emergía de los barrios y clubes pequeños.

El éxito de 1963, con la selección campeona en el Sudamericano, fue producto de una generación de grandes futbolistas. Hay esas casualidades. Eran jugadores de asociaciones, de sus distritos. La Paz, Cochabamba y Oruro (Santa Cruz no estaba en el mapa del fútbol entonces), que entonces tenían competencia, le dieron a esa selección un gran aporte, como Víctor Agustín Ugarte, Wilfredo Camacho, Ramiro Blacut, Ausberto García, Renán López, Fortunato Castillo entre otros, y algunos ya jugaban en el exterior.

Y los naturalizados, argentinos que habían decidido defender la casaca nacional, Roberto Cainzo, Eulogio Vargas y Eduardo Espinoza fueron un baluarte en ese equipo. En toda época hay criterios nacionalistas, pero primó el buen tino, porque el naturalizado también es otro boliviano.

Treinta años después, otro éxito del fútbol boliviano. Otra generación de grandes figuras y la clasificación al Mundial de USA 94. Otra camada de talentos. Otra casualidad. Irrumpieron Marco Antonio Etcheverry, Carlos Borja, Erwin Sánchez, Milton Melgar, Ramiro Castillo, Julio César Baldivieso y otros. También el aporte de naturalizados, Carlos Trucco, Gustavo Quinteros, Luis Cristaldo, Darío Rojas.

No hay que olvidar la generación del 80, la de Ovidio Messa, Carlos Aragonés, Carlos Jiménez, Miguel Aguilar, Tamayá Jiménez, después llegaría el talentoso Erwin Romero. Esa selección estuvo cerca del Mundial Argentina 78. En Eliminatorias dejó en el camino a Uruguay y Venezuela, pero en la Liguilla de Cali (Colombia) la Federación Boliviana de Fútbol descuidó el trabajo del equipo y se rompió el pasaje al Mundial con estrepitosas caídas frente a Brasil (0-8) y Perú (0-5).

HAPP Y TAHUICHI

En la década del 70, un ciudadano alemán radicado en el país, Enrique Happ, creó una escuela de fútbol en Cochabamba, la que después dio grandes futbolistas, como Marco Sandy, William Ramallo, Eduardo Villegas, Jhonny Villarroel, Mauricio Soria, Tito Montaño…

Una década después, Rolando Aguilera fundó en Santa Cruz la Academia Tahuichi, que llegó a convertirse en un semillero de talentos. La clave del éxito de la academia: competencia y competencia internacional. Los chicos salían a jugar al exterior. El calendario de Tahuichi estaba lleno cada año. Ese roce y rodaje en canchas ajenas le dio una identidad propia al jugador tahuichi.

De ahí salieron Etcheverry, Sánchez, Juan Manuel Peña, Luis Cristaldo, Mauricio Ramos y otros. Talento puro. Varios jugaron en el exterior alcanzaron un alto nivel competitivo.

En la década del 90 la academia tuvo una experiencia ingrata. Se descubrió una adulteración de documentos en complicidad con notarías. Se rebajaba la edad a los ‘tahuichis’ para que jueguen en las selecciones menores y fichen por los clubes de la Liga. Pero ese es un capítulo aparte.

Lo rescatable: Tahuichi y Happ hacían un buen trabajo de base y se vieron los frutos. Hoy no existe aquello. Hay infinidad de escuelas en todo el país, miles de niños se entrenan y juegan los fines de semana, pero el fútbol de esa categoría se ha vuelto recreativa. Hay poca competencia. Ahí está la debilidad en la formación. Por eso ya no surgen ‘guerreros del fútbol’ como antes…

Por: Gustavo Cortez