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  • LA PRENSA

No es necesario ser científico o tener un doctorado para comprender que las golosinas y dulces que se ofrecen en los quioscos de las unidades educativas a niños y adolescentes son, por decir lo menos, poco saludables y cuando se presenta un proyecto de ley que tiende a corregir ese aspecto, son los propietarios de esos puestos de venta quienes se oponen y movilizan en contra, en última instancia, de la salud de la población estudiantil, en este caso de La Paz.

Quienes administran esos puestos de venta son los porteros de estos establecimientos educativos, quienes ya cuentan con vivienda, ítem, seguridad social de corto y largo plazo, además de vacaciones dos veces por año.

Pero cuando comprenden que pueden perder un negocio adicional, así sea a costa de la salud de sus clientes, se movilizan, protestan y arrastran consigo a dirigentes del magisterio fiscal.

Es francamente incomprensible o, sí, se entiende. Hay quienes no tienen la voluntad para cambiar su rubro, bajo el argumento de que en las tiendas y puestos de venta aledaños a escuelas y colegios, padres y alumnos encontrarán los productos que dejarán de ofrecer.

Es lógico suponer que, así como se erradicó la venta de tabaco de puestos de venta cercanos a unidades educativas, la Alcaldía desplegará a su personal municipal evite la venta de esas golosinas y elementos similares.

En La Paz se ha visto todo tipo de manifestaciones, por todo y por nada, pero ésta es la primera vez que un sindicato se organiza para luchar abiertamente contra la salud un sector vulnerable de la población y que cuente con el respaldo de dirigentes de larga experiencia y con probada ideología, como son los responsables de la Federación de Trabajadores de la Educación Urbana de La Paz.

Podrán alegar muchas cosas, pero lo que no podrán hacer entender es que defienden una causa que, cuando menos, resulta nociva.

Es necesario que la alimentación saludable avance en las unidades educativas, a despecho de un sector minoritario y francamente contrario a toda lógica de vida.

Entre consumir una ensalada de frutas o un vaso de leche y saborear un producto generalmente introducido al país de contrabando y sin registro sanitario no hay dónde perderse.