Había una vez una hermosa mujer llamada Simona, cabello largo, negro y ligeramente ondulado, perfecta piel bronce y ojos oscuros, brillantes y llenos de vida.

Pero mucho más que la belleza física, lo que deslumbraba al pueblo era el carácter alegre, trabajador, jovial y creativo que tenía. 

Se casó y divorció, tuvo una linda hija, de la que se hizo cargo ella sola, hasta que el plateado invadió su melena, y las arrugas marcaron su piel.

Tuvo tres lindos nietos. Mientras la madre trabajaba, Simona se encargó de criar a los pequeños y, en sus últimos días sobre esta bella tierra, les regaló una reliquia a cada uno.

A la hija le heredó la casa que construyó con su trabajo y sudor. 

A la nieta mayor, fuerte, alegre y trabajadora, le dejó en herencia unas parcelas donde Simona tenía un huerto de alimentos y radiantes flores de todos los colores.

Al nieto del medio, sensible, perspicaz y un poco tímido, le regaló su pequeño estante de libros, mientras que, a la más pequeña, heredera de los hermosos genes de la madre y la abuela, le regaló unas espléndidas joyas, pulseras, aretes y collares de oro y plata.

Una vez crecieron, la mayor se había vuelto una experta en el cultivo de alimentos, mientras que el hermano del medio, amante de la lectura y el aprendizaje, se volvió un destacado ingeniero en alimentos y aportaba con todo el conocimiento para mejorar la producción. 

Pero tenían un problema, no tenían dinero para poder montar una producción a gran escala. 

Fue así que la más pequeña, con lágrimas en los ojos, decidió vender las joyas que le había heredado la abuela, a fin de que puedan financiar el gran proyecto de la familia.

Y así fue. Ese arriesgado paso les llevó a crecer y crecer, formaron una de las empresas del sector alimenticio más prósperas. 

Con el tiempo no solo abastecían al pueblo, sino que proveían a diferentes partes del país e incluso llegaron a exportar hacia el mundo.

¿Cuáles resultaron ser las verdaderas joyas de la abuela? 

La educación, el conocimiento y los medios que pudo dejar a su familia, que lograron montar una empresa que generó riqueza, empleo, aportó con sus impuestos y da de comer no solo a la familia, sino a todos. 
Bolivia también tiene sus joyas, las empresas públicas.

El “Ranking de las 500 Empresas más Grandes de Bolivia 2023”, investigación publicada por el economista y analista Hugo Siles, destaca que, según los estados financieros gestión 2022 de las empresas públicas, ¡dos de cada tres empresas públicas generan utilidades! Vale decir, generan más ingresos por ventas que gastos operativos.

Este no es un logro menor, considerando que en 2020 la economía mundial y boliviana sufrió las consecuencias de la pandemia COVID-19 y la pésima administración de las empresas públicas en el gobierno de Jeanine Áñez (Bs757 millones en pérdidas). Tres años después de la tragedia, los esfuerzos de los trabajadores de estas empresas ven el nuevo amanecer.

¿Cuántas ganancias generaron estas empresas? Nada más y nada menos que Bs1.697 millones en 2023, 39% más que en 2022, cuando se registraron Bs1.222 millones en utilidades. 

En 2021 se logró llegar a Bs2.868 millones.

Es un deber patriótico cuidar las empresas de todos los bolivianos, evitar el sabotaje y la privatización, que causaron ya un enorme daño al patrimonio del país en los noventas, además de castigar todo acto de corrupción que haya a su interior, como la paralización de la planta de urea en 2020.