El 14 de noviembre de 1898 estallaba en el país la primera de las dos guerras ci- viles que conmocionaron a Bolivia a lo largo de su historia. La segunda fue fugaz, pero no por ello menos sangrienta. Estalló en agosto de 1949 y fue el preludio de la Revolución Nacional de 1952.
Cuando Antonio José de Sucre ingresó al territorio de las entonces conocidas como Provincias Unidas del Alto Perú, a principios de 1825, después de haber vencido el penúltimo bastión realista en Ayacucho, convocó a una Asamblea Constituyente para que diputados de las cinco provincias decidan si querían unir ese territorio a las Provincias Unidas del Río de La Plata, a la República del Perú o decidan crear un nuevo Estado independiente en América del Sur.
Sucre demoró en decidir dónde debía reunir- se ese cuerpo deliberante. Charcas no era su única opción, pero la eligió y a partir de ese momento, esa ciudad asumió de facto que debía ser la capital del nuevo país, que nació formalmente a la vida independiente el 6 de agosto de 1825, pero desde ese momento, hasta 1898, la sede del gobierno era el sitio donde se encontraba el Presidente.
La retirada de la Guerra del Pacífico y la consecuente negociación con Chile propiciada por los “pacifistas”, que velaron por sus intereses económicos y no por el futuro de Bolivia, enfrentó radicalmente a los conservadores, el denominativo que se dio a ese grupo que cambió el acceso soberano a las costas del Pacífico por un tren para exportar su producción de minerales, con los liberales, en cuyas filas estaba el poder económico emergente hacia el siglo XX.
Fue decisiva la participación de las huestes de Willka Zárate, “El Temible”, que enfrentó a los “jóvenes bien” de Chuquisaca, a quienes derrotó en el altiplano. En 1899, el triunfo de las huestes liberales, comandadas por José Manuel Pando, determinó que la capital de facto de Bolivia sea La Paz. Pando no quiso promulgar una ley que hubiera definido este aspecto, pero Sucre pasó, desde hace 125 años, a ser una capital meramente formal.