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  • LA PRENSA

Durante los años en los que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ejercía el poder y las elecciones en México eran casi un mero formalismo, era una costumbre aplicar el “ratón loco”, que a pocos preocupaba. El “ratón loco” es un juego mecánico que gira a gran velocidad. Para votar, muchos ciudadanos debían dar vueltas en busca de un recinto electoral que nunca encontraban, como si estuvieran en un carrusel, pero a pocos parecía interesar. Sufragar era poco importante.

Este domingo sucedió todo lo contrario en las ciudades mexicanas. Se observó enormes filas de personas en espera de sufragar. Las mesas de voto atendieron más de las 10 horas previstas por ley, pues los votantes exigían cumplir su deber y su derecho.

Esto nos lleva a la conclusión de que se ha instalado una vigorosa democracia en un país agobiado por la violencia extrema provocada por cárteles de narcotraficantes y por casos estremecedores, como la masacre de Ayotzinapa, en la que autoridades subnacionales aparentemente coludidas con grupos delictivos asesinaron a 45 estudiantes, hace algunos años. Enfrentar y derrotar a los delincuentes es tarea pendiente y prioritaria de la próxima gobernante del coloso latinoamericano del norte. No será sencillo.

Su antecesor, Andrés Manuel López Obrador es un político de izquierda, quien ya fue víctima del escamoteo de su triunfo electoral años antes, pero que no buscó, una vez instalado en el poder, vengarse de sus adversarios. No hubo un solo perseguido ni encarcelado. López Obrador actuó con una nobleza digna de imitarse. Decidió que antes que someter a procesos penales a sus rivales era menester mandarlos “a la chingada”, vale decir al juicio popular e inapelable de la sociedad civil.

¡Vaya si lo logró! El veredicto surgió de las urnas y los representantes de ese sector sufrieron un contraste tal que ni siquiera al sumar los votos de las dos candidaturas conservadoras se alcanza a Claudia Scheinbaum, quien goza del respaldo de alrededor de seis de cada 10 votantes.

La Constitución mexicana impide la reelección de sus primeros mandatarios, quienes después de cumplir los seis años de su gestión presidencial pasan forzosamente a retiro de la vida pública. Es, además, una medida digna de emularse.

Por: Gisela Derpic