Se ha pronunciado la Justicia en toda su majestad. Alejandro Toledo Manrique ha sido condenado a 20 años y medio de presidio al haber sido encontrado culpable de haber negociado una coima de 35 millones de dólares, ni más ni menos, para favorecer a la constructora brasileña Odebrecht en la licitación para construir tramos del corredor bioceánico que vincula Brasil con Perú.
Toledo Manrique se convierte, de esta manera, en el segundo expresidente peruano que recibe una condena judicial, después de Alberto Fujimori.
Nacido el 28 de marzo de 1946, el neoliberal Toledo Manrique está próximo a cumplir 79 años. Dado el tiempo de la sentencia, que aún es susceptible a ser apelada, y que el sentenciado padece cáncer y una afección cardiaca, es probable que muera antes de cumplir el fallo judicial.
En todo caso, ninguna apelación revisa los aspectos de hecho, sino que evalúa temas de derecho. ¿Qué significa esto? Implica que la revisión de la sentencia solamente puede evaluar la correcta aplicación de las leyes y los códigos procesales en cada etapa del juicio, pero no se revisa las conclusiones de los investigadores. O sea, sea cual fuere el resultado de la apelación, Toledo Manrique ya nunca podrá evitar ser considerado inocente de los cargos que se le atribuyeron.
Junto al exmandatario del vecino país, otras personas han sido sentenciadas a nueve años de reclusión por el caso que data de la primera mitad de la década de 2000, mientras se investiga a la esposa del expresidente, Eliane Karp, quien ha encontrado refugio en Israel, pues es descendiente de judíos.
Más allá de estas consideraciones, es preciso preguntarnos, y, por casa, ¿cómo andamos?
En 2019, la justicia boliviana dispuso la detención preventiva de dos personas supuestamente sobornadas por filiales del gigante constructor brasileño para que el Estado boliviano las favorezca con obras, que en algunos casos no fueron satisfactoriamente concluidas.
Es imprescindible que concluyan esas investigaciones y se atribuya las responsabilidades y culpabilidades, si las hubiera, independientemente de su identidad, ideología o postura política. Es lo de menos.