Septiembre de 2003 marcó el final de una forma de hacer política en el país. Fue precisamente el  cuando el entonces ministro de Defensa, Carlos Sánchez Berzaín, dispuso una movilización militar sobre la población de Sorata que se saldó con seis muertos, 24 heridos y una intolerable situación de violencia.

El hasta ese momento presidente constitucional, Gonzalo Sánchez de Lozada, duró menos de unmes más al frente de la nave del Estado, pues el 17 de octubre de aquel año, emprendió la huida del país después de dejar un reguero de sangre, luto y muerte, delitos por los que no ha sido debidamente condenado todavía.

La distancia que media entre Sorata y Warisata se cubre en aproximadamente una hora en cualquier vehículo liviano. Fue el espacio en el que se desarrolló la demencial represión armada contra campesinos indefensos, como lo era aquella niña alcanzada por las balas de grueso calibre disparadas por órdenes del inefable exministro actualmente convertido en analista de temas anticomunistas desde su confortable residencia en Estados Unidos, donde lanza furibundos ataques contra el castrismo y otras lindezas.

Fue el punto culminante de la protesta social lanzada en contra de un modelo económico que, como había previsto su impulsor y gestor, Víctor Paz Estenssoro, habría de tener vigencia por 20 años. El neoliberalismo, expresado por los aspectos normados en el Decreto Supremo 21060, duró exactamente 20 años antes de pulverizarse por la acción de las y los bolivianas y bolivianos.

Que el modelo de sustitución sea mejor o peor no es un tema que venga a cuento en esta columna editorial. Lo que aquí se afirma es que nunca será posible mantener un sistema político sobre la fuerza de balas y bayonetas, primero porque la munición se agota y la paciencia de las personas también. Es una de las principales lecciones de la historia de la humanidad. Segundo, porque cuando las personas pierden el temor a la represión, los más sanguinarios dictadores y quienes se apoyan en las armas para gobernar, deben comenzar la huida o enfrentar un juicio popular.

Sánchez de Lozada y Sánchez Berzaín optaron, hace ya más de dos décadas, por el primer camino, el de la huida, pero éste tiene un precio, no volver en mucho tiempo, tal vez, nunca al terruño, a los rincones que en algún momento le fueron propios y muy queridos.