Hace 50 años, cuando los habitantes de los barrios populares de la ciudad de La Paz comenzaron a “tomar” el centro urbano no se imaginaban el fenómeno social, económico y político que iban a tener aquellos morenos, diablos, caporales y llameros que exponían tímida pero orgullosamente su cultura.

Hasta ese momento, los sectores dirigentes y “blancoides” de la sociedad paceña, se sentían “superiores” y consideraban que el sonido musical de charangos, quenas y pinquillos era “cosa de indios” que era menester despreciar y, principalmente, ignorar como algo propio de seres inferiores social y culturalmente.

Cómo han cambiado las cosas desde entonces. Ese mismo espectáculo, otrora ninguneado, se ha convertido cinco décadas más tarde en una demostración seguida por algunos cientos de miles de espectadores, protagonizada por casi 100 mil bailarines y músicos, orgullosos de su cultura y sentimientos genuinos.

Semejante poder de atracción tiene un correlato directo en las sumas de dinero que moviliza ésta y otras actividades folklóricas similares, no solamente en La Paz, sino en otras capitales departamentales y municipios del país.

Es un triunfo de la cultura propia sobre una mentalidad arcaica heredada de los tiempos de la Colonia y que muy pocas cosas positivas ha legado a nuestra sociedad.

Al influjo de aquellos tiempos fundacionales del contrapunto entre una cultura dominante y retrógrada con una emergente y vigorosa, se han multiplicado las entradas folklóricas en los cuatro puntos cardinales de Bolivia.

Tan sólo en el departamento de La Paz se producen más de 100 actividades de esta naturaleza, tanto en las ciudades más importantes como en los municipios más pequeños.

Si se considera que cada año está dividido en 52 semanas, dos de las cuales se destinan a la Navidad y los feriados cristianos que rememoran la crucifixión de Jesús, fácil es llegar a la conclusión de que cada siete días tienen lugar dos de estas exhibiciones folklóricas.

Las danzas han jugado, pues, un rol decisivo en la lucha contra la discriminación y la lucha por el reconocimiento de las nacionalidades que forman la abigarrada sociedad boliviana.

Por ello, cada uno de estos eventos debe ser aplaudido y respaldado.