En 1968, el entonces presidente René Barrientos Ortuño promulgó un decreto supremo, mediante el que se creaba la Empresa de Radio y Televisión Boliviana, cuyo denominativo pasó a ser pocos meses después Empresa Nacional de Televisión Boliviana.
Barrientos fue un oficial de la alta graduación de la Fuerza Aérea Boliviana. Efectivos de la aviación militar se trasladaron a España para comprar equipos técnicos a la compañía Inelec.
La muerte sorprendió a Barrientos en abril de 1969 y correspondió a su sucesor, Luis Adolfo Siles Salinas, seguir adelante con el proyecto.
Bolivia, como sucedía en casi todos los campos durante el siglo XX, llegaba con retraso. La televisión ya se había instalado en Brasil, en 1950; Argentina, en 1951; Venezuela, 1952; Colombia, en 1954; Uruguay, 1956; Perú, en 1958; Chile, en 1959; Ecuador, en 1960, y Paraguay, en 1965. El país fue el último, en 1969.
Durante años, el Estado ejerció el monopolio absoluto. De hecho, fue y es el principal medio de la propaganda gubernamental. A mediados de la década de 1970, aparecieron los canales televisivos universitarios, pero ni por alcance ni por potencia podían competir con Canal 7.
Las estaciones repetidoras del canal oficial dirigían sus emisiones principalmente hacia los centros mineros de La Paz, Oruro y Potosí, en un claro afán de competir con el mensaje ideologizado y de clase social que difundían las radioemisoras sindicales mineras, además de algunas capitales departamentales.
No sería hasta la década de 1980 cuando comenzaron las emisiones a color y, en forma simultánea, se produjo el boom de la televisión privada.
Con ella, pronto aparecieron los sistemas de Tv por cable o por suscripción y se desató el fenómeno de internet que democratizó un mecanismo comunicacional inicialmente reservado a quienes tenían el suficiente poder adquisitivo para comprar un costoso equipo receptor y una antena.
Durante estos 55 años, la comunicación pasó a ocupar un lugar muy importante en los hogares bolivianos. Las pantallas tienen la posibilidad de llegar a todos los hogares, entrar en su intimidad y dejar plasmado un mensaje que siempre habrá de tener una intencionalidad política o ideológica definida.