La calidad del aire en La Paz es mala, no solo por el humo causado, lamentablemente, por los incendios forestales, sino también por la contaminación generada por los motores de vehículos que utilizan combustibles fósiles. En realidad, esta es la principal causa de las deficientes condiciones atmosféricas que afectan a las ciudades de La Paz y El Alto.
Uno de los mayores problemas es la antigüedad del parque automotor. Todavía circulan automóviles, minibuses, microbuses, camiones, camionetas y motocicletas fabricados en las décadas de 1970, 1980 y 1990. Los modelos del 2000 en adelante se consideran recientes, o mejor dicho, nuevos en realidad.
Las condiciones económicas de muchas familias no permiten una renovación efectiva de los vehículos, especialmente en el transporte público.
Por ello, es necesario aplicar políticas nacionales, departamentales y municipales que, en primer lugar, fomenten el reemplazo de aquellos vehículos que, por sus condiciones técnicas, se convierten en peligrosos emisores de gases de efecto invernadero y causan graves daños a la salud.
En segundo lugar, dichas políticas deben incluir medidas para desincentivar la posesión y el uso de vehículos antiguos. Estas medidas deberían aplicarse de manera progresiva, con mayor énfasis en aquellos vehículos con más años de funcionamiento.
Sin embargo, no solo la contaminación ambiental afecta a los habitantes de ambas ciudades. Existen otras formas de polución igualmente problemáticas.
La basura arrojada en los 364 ríos y riachuelos que atraviesan La Paz, sin mencionar El Alto, representa un problema gravísimo, ya que contribuye a la contaminación del agua. Esta agua se utiliza para el riego de cultivos en la región de Río Abajo y llega incluso a otras áreas del país, no solo del departamento de La Paz.
La contaminación visual, manifestada en enredaderas de cables y grafitis de todo tipo en las paredes de la ciudad, también contribuye al estrés y la ansiedad de las personas. A esto se suma la contaminación auditiva, provocada por altavoces que funcionan sin control y por los constantes petardos o cachorros de dinamita que acompañan manifestaciones públicas, mítines o bloqueos, que son incontables en ambas urbes.