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El viento había soplado a su favor durante casi 14 años, no otra cosa significaba que el dinero iba y venía, pero nunca faltaba. Se gastaba en tonterías sin importancia, así como incluso se regalaba irresponsablemente. Cualquier economista recién egresado hubiese calificado a su forma de trabajar como la forma y manera de hacer lo que no se debe, porque se veía un derroche imposible de creer. Era notorio, se inundaba el país con canchitas de fútbol, se incrementaba el aparato estatal como si nada y hasta sobraba el dinero para que él mismo tenga sus coliseos e incluso su propio museo.
De pronto, amparado en esta bonanza, es que el líder de los 14 años no entendía cómo es que ahora estaba dónde estaba y peleando por lo que estaba peleando. Así lo encontró aquella tarde en la que se enteró que más al norte, allá donde hablaban otro idioma y tenían otras costumbres, algún loco de morondanga había tratado de asesinar a un expresidente, que fungía hoy como candidato.
Se estremeció el caudillo y su piel se erizó de cabo a punta al pensar en aquel asunto, no era que apoyaba al candidato en cuestión, pero sentía una auténtica solidaridad con quien antes fue presidente y ahora quería volver al poder. Era lógico, en el fondo aquel magnate de saco y corbata era alguien como él, sólo que en su caso prefería la chompa y la coca.
Cuando su chupamedia de turno se le acercó para amarrarle los guatos, pareció despertar de aquel trance de extrema preocupación. El asistente, lo notó “¿Está usted bien?”, preguntó.
“Sí”, dijo aún pensativo el político, “recién ahora me doy cuenta cuánto me parezco a Donald Trump”.
El adulador de ocasión se espantó, la comparación le parecía jalada de los cabellos, inestable hasta la médula e insostenible desde todo punto de vista. ¿Cómo era que el líder del proceso de cambio, era igual, parecido o similar al líder del imperialismo?
Su preocupación se transformó en miedo cuando aquella noche vio que sus compadres de toda la vida hablaban en voz baja para criticar a un líder sin capa ni espada, que a veces porque hablaba demás pecaba de ignorante, que en ocasiones no recordaba lo que debía recordar y que más veces metía la pata que acertar el paso.
Se preocupó aún más al ver que los jefes del partido protestaban contra alguien que anhelaba sobre todo el poder y que desea volver a la primera magistratura a toda costa, sin importar el precio que tuviese que pagar o las cabezas qué hubiese que sacrificar.
Rómulo Capran, que era el nombre con el que era conocido el asistente del otrora poderoso, se confundió, porque no sabía si hablaban de su jefe o de algún otro político angurriento de poder.
Por: Ronnie Piérola