Parece ser un sueño hecho realidad. Bo- livia ingresa en la era —porque es el término correcto— de la siderurgia, que es la técnica del tratamiento del mineral de hierro para obtener diferentes ti- pos de éste o de sus aleaciones, una de las cuales es el acero.
Bolivia tiene en el Mutún un yacimiento de 40 mil millones de toneladas de hierro que se convertirá en acero en breve.
Esta mina se descubrió en 1848, pero 92 años después, en 1956 comenzaron los estudios para explotar esta riqueza. Como suele suceder en el país, muchos fueron los argumentos esgrimidos para que no se explote ese filón ubicado en el pantanal boliviano: no hay agua, no hay energía suficiente, no hay mercados porque los grandes productores subvencionan el acero y no podríamos competir… No… No.
Los sucesivos gobiernos crearon entidades burocráticas que poco o nada hicieron y el sueño parecía convertirse en una pesadilla. Las cosas parecieron hundirse todavía más cuando se contrató a la Jindal Steel&Power, una empresa india que no hizo las inversiones comprometidas y el Estado, como es lógico, ejecutó las boletas de garantíaa. Un juicio internacional interpuesto por los empresarios indios resultó favorable a Bolivia.
La provisión de gas natural a la planta siderúrgica está asegurada. A diferencia de otras plantas, que usan carbón como energético y generan enormes niveles de contaminación, el gas es mucho más limpio y los volúmenes de acero que se producirán permitirán un ahorro al Estado en materia de importación de, básicamente, fierro de construcción.
Bolivia cuenta, desde 1970, con una fundición de minerales en Vinto y, desde marzo del próximo año, tendrá una megaplanta siderúrgica. Se puede afirmar que el país es capaz de dar valor agregado a sus recursos minerales, aunque es necesario potenciar la planta de Yacimientos de Litio Bolivianos para que se cierre este círculo virtuoso.
La soberanía de un Estado se mide básicamente por la forma en la que explota y aprovecha sus recursos naturales. Lo contrario implica dependencia y sometimiento a la voluntad de otros Estados o, lo que sería peor, empresas.