No es injerencia en asuntos internos de otros países. Es una simple constatación de que en pleno siglo XXI, todavía hay espacios en los que la represión estatal actúa como en tiempos que ya parecían erradicados de la superficie del planeta.

Hace una década, 43 estudiantes de una Normal rural mexicana permanecen desaparecidos. Si bien de suyo, el asesinato es un hecho abominable, adquiere connotaciones espantosas, cuando los cuerpos de las víctimas de este delito desaparecen o los hacen desaparecer. Es un crimen que no debe tener perdón y debe ser condenado con la máxima rigidez posible.

Hace una década, como todos los años, los alumnos de la Normal de Ayotzinapa tomaron por asalto un bus, prácticamente con aquiescencia de los propietarios de la compañía de transporte público para dirigirse a Ciudad de México, donde cada 2 de octubre se recuerda la masacre de universitarios perpetrada en Tlatelolco, de 1968, ordenada por el presidente “democrático” Gustavo Díaz Ordaz.

Todos los años, los normalistas de diferentes estados de México hacían eso y regresaban a sus puntos de origen sin inconveniente alguno.

Sin embargo, en 2014, policías corruptos coaligados con el narcotráfico, militares de tendencia fascista y autoridades venales rodearon a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, abrieron fuego y asesinaron a los jóvenes, cuyas edades estaban comprendidas entre 17 y 25 años.

Poco tiempo después, apareció en proximidades del cerco al bus un cuerpo sin vida, tenía señales de haber sido torturado y varios impactos de bala.

Una década después, los restos de los infortunados siguen sin aparecer. La responsabilidad principal recae en uno de los peores presidentes que tuvo México en tiempos recientes: Enrique Peña Nieto, quien es culpable, cuando menos de omisión y encubrimiento.

Hay que recordar que Peña Nieto llegó al poder después de un fraude que escamoteó la victoria electoral a Andrés Manuel López Obrador, pero en aquella oportunidad, quienes hoy se desgarran las vestiduras por una acción presumiblemente similar de Nicolás Maduro guardan silencio.

Cosas de la ideología, diría alguien…