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En noviembre de 2013, Natalia (30) fue captada por una red de trata y tráfico de personas en el aeropuerto internacional de El Alto. Una mujer en estado de gestación le ofreció trabajar como niñera en Estados Unidos. Esa propuesta habría de cambiar radicalmente su vida.
“Ese día acompañé a mi hermana al aeropuerto, era casi medianoche, una mujer, que dijo llamarse Ruth se acercó y empezó a hablar conmigo, ella estaba acompañada por cuatro personas más, entre ellas un guatemalteco. Cuando me ofreció trabajo, la verdad, me sentí atraída porque no pasaba por un buen momento económico y emocional en aquel momento”, refirió.
Ambas intercambiaron números de teléfono celular para concretar el viaje. Días después recibió una llamada de Estados Unidos, en la que el esposo de Ruth, o al menos así se presentó, ofreció pagar los gastos para la compra de pasajes de avión, pasaporte y otros documentos.
“Me pidieron fotografías de documentos de mi casa como respaldo, además que ya tenían fotografías de mi cédula de identidad. La verdad, no me pareció nada raro en ese momento”, dijo.
Días después de conseguir los documentos necesarios, Natalia emprendió viaje a Estados Unidos. De El Alto viajó a Bogotá, Colombia, y después a México donde le esperaban algunas personas para ayudarla a pasar subrepticiamente la frontera.
“Ellos, me enseñaron lo que tenía que decir si la Policía me atrapaba, tenían todo planificado, me hicieron borrar los mensajes de WhatsApp de mi celular, anoté sus números de contacto en una hoja de papel. Los policías me atraparon y después de un interrogatorio, me deportaron”, recordó. Pese al fracaso inicial, los “tratantes”insistieron para que nuevamente intente llegar a Estados Unidos, pero esta vez por vía terrestre. Natalia se armó de valor y emprendió un viaje que duró más de cuatro meses en los que vivió diferentes percances.
Las personas que contactaron a Natalia, depositaron en su cuenta 3.000 dólares para que pague a las personas que esperaban por ella en cada país. Los “coyotes”, de manera recurrente le sacaban fotos para enviarlas a las personas que le “contrataron”.
“En algunas ocasiones estuve encerrada por varios días, me prohibían salir a la calle solo venían a dejar comida y sacarme fotos. Después me hacían subir a diferentes vehículos donde también había personas de otras nacionalidades, de manera constante me llamaban de Estados Unidos, me pedían que no desista y que continúe el viaje”, relató.
En el transcurso de la odisea terrestre, Natalia conoció a personas de otros países con quienes compartió algunos tramos de su viaje.
“Nos cuidábamos, en algunos países sólo nos daban una frazada para dormir en el suelo sucio, el baño estaba en el mismo ambiente, pero mi verdadera pesadilla se inició cuando llegué a México. Allí todo se complicó”, indicó.
La insistencia y preocupación de las personas que la captaron en El Alto comenzó a inquietarle, y conforme pasaba el tiempo, pensó en retroceder y volver a Bolivia, pero no tenía el dinero suficiente para ese cometido. Todo el dinero que recibía era para pagar a los contrabandistas de seres humanos.
En México estuvo “retenida” en la hacienda de un peligroso narcotraficante durante dos semanas. “Había armas y organizaban peleas de gallos, para ganarme la confianza de la esposa del narco, y para que no me hagan daño, ayudaba a limpiar y cocinar. Todos los días, me sacaban fotos y las enviaban a Estados Unidos para informar que estaba bien”, rememoró.
Después de atravesar el desierto y casi conseguir su objetivo, nuevamente fue atrapada por la Policía estadounidense y después de vivir más de tres meses encarcelada en el país del norte, fue deportada y repatriada.
“Estaba en Santa Cruz, cuando nuevamente me llama Ruth para insistir que vuelva a cruzar la frontera. El acoso terminó hace apenas un mes”, aseguró.
Desde entonces empezó a recibir llamadas a diario, pues “querían que sí o sí cruce la frontera”, señaló. El suplicio terminó, el miedo sigue...
Por: Carmen Challapa