El cambio climático afecta a todo el mundo, no sólo a los países más pobres, como solía suceder cuando se presentaban fenómenos climatológicos adversos. Más de 200 españoles o residentes en ese país europeo han muerto arrastrados por una inundación, en la que ha sido considerada la peor tragedia en su historia.

Este hecho debe motivar a que las naciones industrializadas del planeta se lleven, si cabe, la mano al pecho y los gobiernos exijan a sus empresas privadas más importantes suspender el demencial nivel de producción que llevan que liberan gases de efecto invernadero que son la principal causa de esos desastres.

Son recurrentes los mensajes que dan cuenta de que el dinero no se puede comer ni sirve para respirar. Las grandes corporaciones se oponen a reducir sus multimillonarias utilidades aun a costa de la misma integridad y el futuro de la humanidad.
Por ello, las principales potencias mundiales, independientemente de su lineamiento ideológico, se oponen a la racionalidad y a escuchar los pedidos lógicos y razonables de organizaciones ecologistas para alcanzar objetivos mínimos de mejora de las condiciones medioambientales a escala mundial.

No es posible continuar bajo este orden de cosas. El futuro del planeta está en juego.
Es necesario que prime la inteligencia y se ponga un freno al capitalismo salvaje que tanto daño hace a toda la humanidad. No se hace aquí una apología de los ideales comunistas ni mucho menos, pues China, un país gobernado por ese signo ideológico, es también culpable de estas desgracias.

Es lamentable que se deba informar sobre desastres de esa magnitud, se produzcan donde se produzcan. Plausible seria dar cuenta de descenso en los niveles de emisiones de gases de efecto invernadero. Cuando se acabe el mundo como lo conocemos hoy, los grandes magnates podrán sepultarse bajo sus millones de dólares, euros o yuanes.

Entonces será muy tarde, a que todavía estamos a tiempo de enmendar un rumbo peligrosamente torcido.