Colombia, Perú y Bolivia han monopolizado, en las últimas décadas,  la producción de la coca. La caída  del precio de la coca se debe al cambio de costumbres  de adicciones  del mercado más consumidor que  son los Estados Unidos, en este hemisferio.

Los índices de mortalidad  por consumo de drogas, según una reciente alzada de estadística, se atribuye  a otras drogas u opiáceos, el porcentaje de incidencia de la cocaína en la adicción y pérdida de seres humanos refleja un bajo porcentaje.

Ahora, los productores  de coca, ante su inflexible e hipócrita moral, pues son conscientes del destino de su producto,  están incursionando en otros rubros como la minería del oro y del platino con elevadas y no fluctuantes cotizaciones, emprendimientos que son legítimos cuando se satisfacen los permisos y licencias para ello.

También la espléndida noticia en la evolución del precio de la coca, se complementa  con las técnicas depuradas de producción de cocaína, cuyo resultado es la generación de mayor producción  de droga refinada  con menos cantidad de la materia base de la coca.   

Nadie que ama su familia y a la población, puede asumir indiferencia  ante este flagelo  que procrastina el desarrollo de la inteligencia  y la estabilidad de los valores en los jóvenes vulnerables; no cito a los adultos  debido a su capacidad y libertad de elección  que los erige en adictos.

Por lo expuesto, y fundamentalmente  por el obligado cambio de rubro  de los productores de coca; que es un signo de inflexión importantísimo, el Estado, con obligada sensibilidad social, aprovechando con energía esa coyuntura  favorable para la extinción de la coca, manteniendo estrictamente un volumen moderado para consumo tradicional, debe promocionar con incentivos económicos palpables, en semillas y asesoramiento agrónomo gratuito, en la producción y comercialización, la conversión  de las extensas plantaciones de coca en cafetales y la recuperación de los árboles frutales.

Sería una noble acción que será apoyada unánimemente por toda la población  y el gobierno que lo emprenda como medida disruptiva, merecerá el beneplácito general,  y será la acción  inequívoca, inédita y valiente  de un gobierno  que prioriza  su mayor devoción y apostolado para servir  a la población.