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  • LA PRENSA

Desde aquel 21 de julio de 1946, las nevadas que caen sobre La Paz eran interpretadas como señales del mal agüero. Es que aquel domingo fatal, la sede del gobierno se cubrió con un espeso manto blanco y horas después se produjo la caída del entonces presidente Gualberto Villarroel.

Una turba cogió su cuerpo inerte y tras lanzarlo por un balcón de Palacio Quemado que queda sobre la calle Ayacucho, lo colgó de un farol de la plaza Murillo.

Fue la primera vez —la segunda se produjo el pasado miércoles 26 de junio— que un carro blindado de las Fuerzas Armadas golpeó el portón de la Casa de Gobierno, aunque en la segunda oportunidad, el presidente Luis Arce encaró a los militares golpistas y logró conjurar la asonada.

Villarroel fue un destacado oficial en la Guerra del Chaco y comprendió que era necesario operar un profundo cambio en la sociedad boliviana, pues no podía mantenerse una estratificación de castas.

Adoptó medidas trascendentales como la convocatoria al Primer Congreso Indigenal y decretó la eliminación del pongueaje y el mitanaje, pese a que estas acciones de avasallamiento de seres humanos continuaron hasta la Revolución Nacional de 1952.

Cometió el error histórico de enfrentarse a sectores críticos con su administración como los maestros urbanos y los universitarios, además de que subalternos suyos ejecutaron los fusilamientos de Chuspipata y Oruro, en los que opositores fueron fusilados sin siquiera una fórmula de juicio previa.

Sectores de derecha y de izquierda se unieron para dar muerte a Villarroel, cuya muerte abrió un periodo conocido como el sexenio en el que las fuerzas conservadoras desarrollaron acciones represivas muy graves, que derivaron en la breve guerra civil de 1949, el preludio del movimiento insurreccional del 9 de abril de 1952.

Villarroel pasó a la historia como el “presidente mártir” y se guarda su memoria con respeto. Avenidas, plazas, calles, unidades educativas y una refinería de hidrocarburos llevan su nombre. 78 años después de su inmolación lo sobrevive su obra. Sin Villarroel no habría sido posible la Revolución Nacional de 1952 ni el proceso de cambio que se mantiene vigoroso en el país desde 2006.