A partir de la mañana del martes 11 de septiembre de 2001, las cosas nunca volvieron a ser iguales en el mundo. Fue cuando militantes de Al Qaeda secuestraron cuatro aviones comerciales y los lanzaron contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, la sede de la Defensa estadounidense. Los piratas aéreos fracasaron en su intento de atentar contra la Casa Blanca.

Los militantes de esa organización son combatientes por su religión quienes se autoimpusieron la misión de convertir a todo el mundo al islam, ya sea por la persuasión o por la fuerza.

Enemigos declarados de Estados Unidos, bajo el liderazgo de Osama Bin Laden, los integrantes del Al Qaeda se embarcaron en una guerra santa, una de cuyas mayores expresiones fueron los ataques del 11-S y otras acciones sangrientas posteriores.

Apenas 12 años antes había caído el muro de Berlín y las fuerzas capitalistas proclamaban su victoria en el mundo entero y proclamaron que el mundo había dejado atrás definitivamente la bipolaridad. El planeta era solamente unipolar, pero cuán equivocados estaban quienes lo aseguraban.

Del bipolarismo encarnado por Estados Unidos y la Unión Soviética, se pasó a un mundo multipolar, en el que no solamente prevalecían las ideologías y los intereses económicos, sino que las diferencias entre Estados y naciones son también de orden cultural, económico, social e, incluso, étnico.

A partir del 11-S se multiplicaron las medidas de seguridad en aeropuertos, estaciones ferroviarias y, en general, en todos los puntos en los que se producen aglomeraciones humanas.

Ningún ciudadano de Estados Unidos se sintió seguro durante algunos años, mientras Washington se lanzó en aventuras guerreristas sin ton ni son en Irak y persiguió incansablemente a Bin Laden hasta asesinarlo cuando estaba escondico en Pakistán.

El 11 de septiembre de 2001 dejó varias lecciones para la humanidad. Nadie puede considerarse amo y señor del mundo, es la primera y principal. No hay fortalezas inexpugnables sobre la superficie de la tierra y nadie puede creer que tiene la verdad absoluta.

Los actos terroristas son abominables. Miles de personas inocentes perdieron la vida en aquellas acciones, pero este aniversario debe recordar a los gobernantes y a los pueblos de este planeta que el respeto, entendido como aceptar a quien no es igual a uno, es una condición imprescindible para vivir en paz y armonía, para desarrollarse y mirar hacia el porvenir con esperanza y seguridad.