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Tuve la suerte de ver la festividad del Señor del Gran Poder en La Paz el pasado sábado 25 de mayo de 2024, con vistas privilegiadas sobre la Av. Camacho. Mirando la acostumbrada suntuosidad, elegancia, y expresiones de sincretismo religioso de la elite aymara de esta ciudad, tuve la grata impresión de que su mensaje principal fue el de promover un sentido de unidad nacional boliviana. La mayoría de los grupos que vi, utilizaron la tricolor como parte de sus disfraces u ornamentos, cargaron banderas bolivianas grandes o tenían los escudos nacionales bordados en sus trajes. Entre unas cien banderas que pude ver, solo una fraternidad portaba la whiphala, o la incluyó en sus trajes. Entre varios portadores de la tricolor, solo vi a un hombre barbudo de tez y melena claros cargando una whiphala. Por otro lado, los “pasantes mayores”, ubicados al frente del palco oficial de la alcaldía, también estaban rodeados de ornamentos y banderas rojo, amarillo y verde. Después de averiguar entre aficionados y bailarines sobre el tema en cuestión, supe que de alguna manera que el rojo, amarillo y verde había aumentado de manera proporcional a la disminución de la presencia de la whiphala en esta festividad. ¿Cómo podríamos interpretar esto?
Según me explicaron, los confeccionadores o bordadores de los trajes que son fletados para otras entradas folclóricas y festivales tanto en Bolivia como en el exterior, quieren que se sepa que los trajes son de diseños bolivianos y son hechos en el país, antes de que los peruanos y chilenos digan que se trata de la creatividad de sus paisanos. Folkloristas de los países vecinos son los primeros en insistir, por ejemplo, que la morenada y la diablada son simplemente “andinos”, y que lo andino al igual que lo aymara y lo quechua no tiene nacionalidad, puesto que las fronteras nacionales son “creaciones artificiales”. Aunque algo parecido dicen los llamados pachamamistas que quieren reemplazar a la Chakana por el escudo nacional boliviano, el mensaje concreto de los “prestes mayores” del Gran Poder y de los talentosos bailarines folklóricos bolivianos (entre quienes probablemente muchos de ellos se autoidentifican como aymaras y quechuas), es que tanto el origen de las danzas que bailan, como la música y los diseños son bolivianos.
El tema sobre la supuesta propiedad intelectual de nuestro patrimonio folklórico y el “robo” chileno y peruano de éste es un debate al cual no pretendo entrar en esta ocasión. No obstante, sí me interesa preguntarme y preguntar a los lectores, ¿por qué será que es precisamente dicho patrimonio el que nos identifica a todos como bolivianos, más allá de nuestro origen social, económico, cultural y étnico?. ¿Por qué nos enoja tanto ver una diablada pésimamente bailada con el nombre de la “Tirana” en el norte chileno?. O ver caporales “peruanos” cuando éstos muestran su patrimonio cultural?
Como dice el famoso antropólogo británico Benedict Anderson, el nacionalismo se trata de “comunidades imaginadas”, donde grupos heterogéneos de personas se sienten parte de una gran comunidad que por muy imaginada que sea, no deja de ser real y soberana. Se trata de algo opuesto a sentimientos de segregación y de no pertenencia. Siguiendo a Anderson, toda nación normalmente se construye sobre la base de una historia en común, himnos y banderas y, el caso de la construcción de Bolivia como República, así como la del Estado Plurinacional no son excepciones. Así como las élites del siglo XIX impusieron un himno nacional, la bandera tricolor y otros llamados “símbolos patrios”, también la élite gobernante actual, viene imponiendo diferentes símbolos que antes a varios nos podrían haber gustado, pero que muchos bolivianos han demostrado que los rechazan desde hace varios años, incluyendo a gente que se siente indígena.
Quizás entonces el mensaje de los potentados organizadores de la entrada del Gran Poder de 2024 también es que somos una sola nación. Por eso, como resultado de la voluntad de las élites aymaras líderes del evento, vimos la tricolor y el escudo nacional republicano, muy pocas whipalas y ninguna chakana, entre los miles de participantes: mensaje claro sobre el origen boliviano de nuestro folklore, y una rebeldía evidente ante el marketing palaciego, con modas pachamamistas más parecidas al New Age occidental que a nuestras tradicionales fiestas patronales católicas, cargadas de un particular sincretismo religioso boliviano, difíciles de imitar.
Por: Juanita Roca Sánchez
Plataforma Una Nueva Oportunidad