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La mañana paceña era despejada, a pesar de que noviembre solía ser por entonces un mes lluvioso. De pronto, los habitantes de la sede del gobierno quedaron espantados, cuando aeronaves militares se lanzaron en picada para ametrallar la colina de Laikakota, que hace 60 años no era lo que es hoy. Tenía cuando menos unos 30 metros más de altura y desde su cima, a la que se podía acceder con facilidad, se dominaba la ciudad de La Paz.

En ese cerro, los milicianos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) habían sentado sus reales para controlar lo que durante las noches por 12 años hacían los pobladores de la ciudad, en especial los opositores. Contra ellos se dirigió la metralla de los militares.

De hecho, el combate no fue muy prolongado. La resistencia de los milicianos se diluyó rápidamente y los generales Alfredo Ovando Candia y René Barrientos Ortuño tomaron Palacio Quemado para establecer una fugaz copresidencia que se convirtió en mayo de 1966 en presidencia del segundo de los nombrados.

Días antes, Barrientos —a la sazón vicepresidente de Víctor Paz Estenssoro— le había jurado lealtad al “compañero jefe”. Aquel levantamiento militar comenzó en Cochabamba y se consolidó.

“El General del Pueblo”, como sus adulones llamaron a Barrientos se postuló en un remedo de elecciones amañadas y sin participación del MNR o de fuerzas populares. Aquella seudodemocracia no impidió que el dictador ordene acciones represivas brutales como las masacres de mineros en mayo de 1965 y en la noche de San Juan, en 1967.

Sin embargo, después del mediodía del domingo 27 de abril de 1969, en un accidente aéreo nunca aclarado, Barrientos perdió la vida.

La programación futbolística de aquella tarde se suspendió en La Paz, mientras el vicepresidente Luis Adolfo Siles Salinas lo sucedía.

EL TURNO DE OVANDO

El general Alfredo Ovando Candia era el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y con apoyo de oficiales controvertidos y de ultraderecha, como Luis Arce Gómez, asestó un golpe el 26 de septiembre de 1969.

Siles Salinas había viajado a Santa Cruz para participar en los actos de homenaje a la efeméride departamental cruceña. Años después, un suboficial del Ejército reveló que Ovando le ordenó poner un explosivo en el DC-6B del Lloyd Aéreo Boliviano, en el que el presidente Siles Salinas debía regresar a La Paz; pero, cuando supo de los afanes golpistas decidió exiliarse en Santiago de Chile. “Dejen todo como está”, dicen que dijo Ovando Candia, cuando el subordinado le preguntó qué hacer con la bomba.

Ese avión fue ocupado por 64. Todas murieron en la cordillera de Tres Cruces, cerca del centro minero de Viloco. Entre los fallecidos se contó a los jugadores del club The Strongest.

El general asumió el poder y días después, cuando una multitud velaba los restos de los deportistas caídos en la tragedia, Ovando Candia salió al balcón de Palacio Quemado al creer que la gente lo aclamaba. Instantes después, abochornado, regresó a su despacho.

Algunas de las medidas del nuevo inquilino de Palacio fueron muy importantes, como la puesta en marcha de los hornos de fundición de Vinto o la nacionalización de la Bolivian Gulf & Company, en lo que fue la segunda reversión al Estado de la riqueza hidrocarburífera, fundó un partido político de breve existencia, Acción Nacionalista Revolucionaria, pero sólo se mantuvo en el poder hasta el 6 de octubre de 1970, cuando un levantamiento militar propiciado por el general Rogelio Miranda Valdivia triunfó y llevó a la Presidencia al triunvirato e los generales Efraín Guachalla Ibáñez y Fernando Sattori Ribera, y el contraalmirante Alberto Albarracín.

Menos de 24 horas duró ese grupo en el poder, pues el general Juan José Torres Gonzales se atrincheró en la Base Aérea de El Alto y sin disparar un solo tiro bajo desde la planicie altiplánica, que por entonces no era una ciudad, hasta Palacio, en alianza con la Central Obrera Boliviana (COB).

“Era militar, sí, pero tenía entrañas”, declaró tiempo después uno de los locutores de Radio Pío XII de Siglo XX. Torres Gonzales aprobó la convocatoria a la Asamblea del Pueblo, que fue considerado el “primer sóviet” boliviano. Un sóviet era un consejo de obreros y soldados durante la revolución rusa de 1917.

Aquel “verano democrático” duró poco, pues el 19 de agosto de 1971 en Santa Cruz estalló un golpe dirigido por el mayor Humberto Cayoja Riart y el coronel Hugo Banzer Suárez.

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SIETE AÑOS EN PALACIO

El sábado 21 de agosto al mediodía, la calma envolvía las actividades en La Paz. Un sol invernal alumbraba a los habitantes de esta urbe. Las familias se disponían a salir de paseo o volvían del mercado, una actividad habitual de ese país por aquel tiempo, cuando comenzaron a escucharse disparos.

El combate se prolongó a lo largo de toda la tarde y la noche. Cerca de las 20:00, Torres Gonzales se dirigió a la ciudadanía desde los micrófonos de radio Illimani, la Voz del Estado Boliviano. Habló de que un golpe “falango-gorila-movimientista” pretendía echarlo del poder.

Minutos más tarde, el Presidente comprendía que todo estaba perdido y emprendía el camino del exilio. Tenía razón, eso sí, al identificar a los golpistas. Los enemigos irreconciliables de 1952 a 1964, el MNR y Falange Socialista Boliviana, un partido de ultraderecha, se unieron con el sector más conservador de las FFAA para apropiarse del Gobierno.

El Frente Popular Nacionalista (FPN), la alianza de los tres sectores gobernó hasta el 9 de noviembre de 1974, tiempo durante el que se desató una pavorosa ola de represión política, torturas, detenciones ilegales, asesinatos por razones políticas y la masacre de Tolata.

“Si encuentran a un comunista, mátenlo, yo me hago responsable”, proclamó el dictador en un discurso, después de que sus subordinados dispararan sobre campesinos que protestaban en el Valle Alto por el encarecimiento del costo de vida en todo el país.

El FPN gobernó al país hasta el 9 de noviembre de 1974, cuando Banzer aprobó el llamado Estatuto de la Fuerzas Armadas. Exilió a Víctor Paz Estenssoro y Mario Gutiérrez Gutiérrez, jefes del MNR y Falange, respectivamente y anunció que convocaría a elecciones generales para 1980, en seis años.

Sin embargo, la llegada de Jimmy Carter a la Casa Blanca determinó un giro radical en la política exterior de la potencia del norte que, bajo la doctrina de la Seguridad Nacional, comenzó —aunque el proceso todavía demandaría más de una década— a retirar su apoyo a las dictaduras y a hablar de respeto a los derechos humanos, pisoteados entonces.

Ante ese factor, sumado a la presión popular, el dictador se vio obligado a convocar a elecciones antes de lo previsto, aunque no estaba dispuesto a dejar el paso a que civiles se hagan cargo de administrar la cosa pública.

SAINETE ELECTORAL

Creó entonces un partido político, Unión Nacionalista del Pueblo , cuyo color distintivo fue el verde y su candidato —a quien en círculos políticos se denominó “delfín”, en alusión al heredero al trono de Francia— fue el exministro del Interior, Juan Pereda Asbun.

En forma paralela, en el exilio en el que vivían en Caracas, los líderes del Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI), Hernán Siles Zuazo; del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria, Jaime Paz Zamora, y del Partido Comunista de Bolivia, Jorge Kolle Cueto, firmaron el acuerdo mediante el que se formaba la Unidad Democrática Popular (UDP).

Las elecciones se celebraron el domingo 9 de julio de 1978. Fue tan grande el fraude a favor del candidato oficialista que el propio Pereda Asbun debió pedir la anulación de los comicios, pero el viernes 21 de julio, se amotinó contra su líder y amenazó bombardear La Paz con naves de la Fuerza Aérea. Aquella tarde, ventosa pero despejada, las personas que caminaban por la avenida Mariscal Santa Cruz, que conocían la advertencia, se llevaron un susto mayúsculo. Reventó la llanta de un vehículo y muchos corrieron. Creían que había comenzado el bombardeo.

No hubo necesidad de disparar una sola bala. Esa misma noche, mientras Banzer Suárez estallaba en lágrimas ante las cámaras de Canal 7, entregó el mando de la nación a Pereda Asbun, quien proclamó sin sonrojarse que “mi gobierno nace de la voluntad popular”.

INCIPIENTE LIBERTAD

Pereda Asbun gobernó hasta la madrugada del 24 de noviembre de 1978, cuando un militar “institucionalista”, David Padilla Arancibia, dispuso que los carros de asalto y las tanquetas del regimiento Tarapacá, asentado en El Alto, en el espacio actualmente ocupado por el regimiento Ingavi, se estacionen en las cuatro esquinas de la plaza Murillo y nuevamente sin un solo disparo, depuso al espurio.

Años después, en 2010, Pereda Asbun fue arrestado por efectivos policiales. Había enseñado su órgano viril a un grupo de estudiantes en una calle de Santa Cruz de la Sierra. Una investigación posterior demostró que el casi octogenario expresidente era cocainómano.

Padilla Arancibia asumió el mando del Estado con la misión autoimpuesta de convocar a elecciones para democratizar el país. Cumplió su palabra.

Durante este periodo, se fundó la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Boliviay se entregó la planta de fundición de minerales de plomo y plata de Karachipampa, cuya capacidad es tan grande que nunca pudo operar.

Las elecciones generales tuvieron lugar el domingo 1 de julio de 1979 y arrojaron un virtual empate entre la alianza del MNR Histórico, de Víctor Paz Estenssoro, y la UDP. Ganó Siles Zuazo por apenas 1.512 votos, pero emergió la figura histórica de Marcelo Quiroga Santa Cruz, líder del Partido Socialista-1 (PS-1), que logró el cuarto puesto con el 5,58 por ciento de la votación.

El “empantanamiento”, término acuñado por el diputado movimientista Roberto Jordán Pando, dio lugar a la elección congresal del presidente del Senado, Wálter Guevara Arze, como primer mandatario con el imperativo de convocar a elecciones generales en un año.

Sin embargo y pocas horas después del más importante triunfo diplomático de Bolivia, cuando la OEA declaró que la mediterraneidad de Bolivia es un problema multilateral y no exclusivamente bilateral entre el país y Chile, las flamantes tanquetas del Ejército boliviano se desplazaron desde el regimiento Tarapacá hasta el centro paceño para derrocar a Guevara Arze.

NOVIEMBRE TRÁGICO

Fue una estupidez histórica del coronel Alberto Natusch Busch y el grupo de civiles, muchos de ellos militantes de las dos fracciones del MNR, que duró 16 días demenciales. Las tropas comandadas por el teniente coronel Arturo Doria Medina dejaron un centenar de muertos, decenas de heridos y presos políticos, hasta que, cercado por la presión popular, el coronel renunció y dio paso a la designación congresal de Lydia Gueiler Tejada como presidenta interina.

El suyo fue un gobierno débil, cercado por una creciente ola de atentados terroristas gestados desde el Departamento II del Ejército, cuyo responsable era Arce Gómez, el mismo que participó en el atentado de 1969 contra la aeronave del Lloyd Aéreo Boliviano.

Luis García Meza se atrincheró primero como comandante del Colegio Militar de Ejército y después como comandante general del Ejército, mientras “El Loco” Arce Gómez hacía de las suyas: ordenó lanzar una granada contra una manifestación de militantes de la UDP con trágico saldo, ordenó al Comando Los Albertos el asesinato cruel y despiadado del sacerdote jesuita Luis Espinal Camps y atentó contra la vida del binomio de la UDP. Siles Zuazo debió abordar una avioneta, de una empresa de taxi aéreo perteneciente a Arce Gómez y Norberto Salomón Soria, otro golpista, pero el deceso de un familiar lo obligó a asistir a sus honras fúnebres y Paz Zamora se embarcó, pero segundos después de partir, esa nave se precipitó a tierra.

Las cicatrices de aquel hecho criminal aún lo acompañan, pero se salvó de morir por la rápida intervención de un campesino.

A pesar de aquella demostración de insania y barbarie, la UDP ganó las elecciones cumplidas el domingo 29 de junio de 1980 con el 38,74 por ciento de los votos, casi el doble de los obtenidos por el MNR, pero el PS-1, de Quiroga Santa Cruz logró 8,71 por ciento.

Sin embargo, el jueves 17 de julio de 1980 se produjo otra intervención militar violenta en el país. La guarnición de Trinidad se sublevó contra Gueiler Tejada y al mediodía de aquel jueves invernal y tibio, se produjo algo indescriptible: alguien ordenó retirar de almacenes aduaneros las ambulancias destinadas la entonces Caja Nacional de Seguridad Social y a bordo de esos vehículos que debieron salvar vidas, se transportó la muerte en forma de paramilitares argentinos, enviados por la dictadura de Jorge Videla.

Cerca del mediodía, esos delincuentes, vestidos de saco, corbata y sombreros panamá, asaltaron casi simultáneamente Palacio Quemado y la sede de la Central Obrera Boliviana, donde asesinaron a Quiroga Santa Cruz, Carlos Flores Bedregal y Gualberto Vega Yapura, tomaron decenas de presos políticos y comenzaron otro régimen represivo.

Los vínculos de Arce Gómez con narcotraficantes fueron comprobados por la justicia de Estados Unidos, que al concluir su condena lo entregó a autoridades bolivianas quienes ordenaron, en ejecución de otra sentencia, su reclusión en el penal de máxima seguridad de Chonchocoro, donde acabó sus días.

García Meza no se quedó atrás y en 1993 fue sentenciado a 30 años de presidio sin derecho a indulto por la Corte Suprema de Justicia, pero huyó y se debió esperar dos años hasta que fue capturado en Brasil y entregado un año más tarde a la Justicia boliviana. Un error en el procedimiento evitó que sea dado de baja oportunamente, por lo que tuvo derecho a pasar la mayor parte del tiempo en una suite de lujo en el Hospital Militar, pues no había sido despojado de sus galones.

Desde entonces, no había vuelto a producirse ruido de sables, aunque Gonzalo Sánchez de Lozada ordenó al comando militar reprimir a balazos de calibre 7,62, contra vecinos de El Alto, quienes se oponían a la exportación de hidrocarburos por un puerto del norte chileno, en un negocio que poco beneficio habría dejado para los bolivianos. Aquellos comandantes militares fueron condenados a distintas penas de cárcel.

SACABA Y SENKATA

Años después, en 2019, con Jeanine Áñez, instalada en Palacio de Gobierno, ordenó a fuerzas combinadas de militares y policías que disparen contra la población en Sacaba y Senkata. Algunos de esos jefes uniformados fueron ya condenados y otros, dados de baja.

La del miércoles fue otra movilización que pudo haber terminado en una tragedia, cuando Juan José Zúñiga ordenó el despliegue de carros blindados.

Aquella aventura no terminó en una tragedia, por la presión popular y la orfandad política y militar del gestor de aquel movimiento insurreccional sin futuro.

Por: Jorge Jové