15/1/2025.- Para nadie es un secreto que China tuvo un crecimiento económico, y con ello geopolítico, extraordinario en las últimas décadas. Junto a ellos, países como India, Brasil, Rusia y Sudáfrica, además de los ya poderosos estados petrolíferos de medio oriente, vieron crecer su influencia no solo regional, sino global, lo que llevó a muchos analistas de hablar del mundo multipolar.
Tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, la frase de Francis Fukuyama sobre “el fin de la historia” parecía el corolario del mundo unipolar, con la élite política de Estados Unidos dirigiendo el poder militar a través de la OTAN, el económico mediante los acuerdos de libre comercio, el social y cultural desde la narrativa del consumismo, la libertad, la democracia liberal y el individualismo.
Sin embargo, la confluencia económica y comercial entre los países emergentes logró conformar el BRICS, que a finales de 2024 incorporó a 4 nuevos Estados miembro, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Egipto e Irán. Quedan muchas tareas pendientes para este bloque, pero su potencial económico puso al G7, liderado por Estados Unidos, a considerarlos seriamente.
Sus miembros plenos suman el 45% de la población mundial (estimaciones ONU), más del 35% del PIB mundial (estimaciones FMI), casi el 40% de la producción industrial y el 30% de la producción de petróleo.
En este contexto, Trump es la máxima expresión del populismo de derecha en Estados Unidos y que, paradójicamente, amenaza su misma democracia. El presidente electo, que ya fue declarado responsable por asalto sexual y, por ende un delincuente, entrelaza una retórica sencilla pero efectiva contra la migración, la debilitada economía de las familias estadounidenses (debido a los efectos post pandemia y la crisis inflacionaria mundial), y al grito de “¡aranceles!” se acercó a la clase trabajadora, para dar valor (o más bien quitarle competencia) al producto norteamericano, sin saber que dicha política encarecería los precios para los consumidores.
Si algo se le reconoce a Trump es que no tiene frenos al momento de dar declaraciones y es por ello que es visto no solo como una amenaza a la economía mundial, sino también a la paz y a la misma democracia estadounidense.
Podríamos contar las decenas de veces que lanzó slogans iracundos contra medio mundo, pero las últimas declaraciones sobrepasan muchas de las anteriores. Desde anexar a Canadá como el estado 51, hasta usar la fuerza militar para tomar el control del Canal de Panamá (estratégico en el comercio internacional) y Groenlandia (de importancia geoestratégica entre EE.UU. y Rusia, además de tener rutas comerciales y recursos naturales como las tierras raras, litio, níquel, cobalto, cobre, entre otros).
Estos afanes imperialistas (no hay otra palabra) solo pueden entenderse como respuesta al enorme crecimiento chino en términos económicos y comerciales. El pragmatismo chino ha sido totalmente esquivo al discurso anticomunista que difunde el círculo republicano y replican las esferas conservadoras y de extrema derecha en el resto de países, propagando el miedo infundado, irracional y hasta conspiranoico frente al “fantasma del comunismo”.
Lo que sí, al final todo se trata de poder y dinero.
En la realpolitik y los negocios parece que no hay moral que aguante, ya que Trump no duda en sacrificar el “libre mercado” imponiendo aranceles a diestra y siniestra para frenar a China, amenazando incluso a sus aliados y socios estratégicos, como son Canadá, Mexico y la Unión Europea. Ni qué decir de Ucrania.
Su presidente, Volodímir Zelenski, parece desahuciado y resignado a ceder ante Rusia, a la vez que Trump prometió acabar la guerra en un día, probablemente frenando el apoyo económico y militar al extremista.