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Oscar Sánchez nació el mismo día de la gesta libertaria de La Paz, el 16 de julio, pero en Cochabamba. Así que cada día festivo de los paceños, él también festejaba. Vino al mundo en 1971 y se fue en 2007, temprano. Un cáncer de riñón se llevó a un futbolista que brilló en los principales clubes del país y en Independiente, uno de los equipos grandes de Argentina. Tenía muchos apodos entre sus compañeros. El primero fue ‘Marraqueta’, que surgió cuando niño aún iba a la cancha con su pan y un Chocolike, esas pequeñas bolsas de chocolate con leche que se vendían en todas las tiendas del país, según recuerda el periodista Oscar Galdo.

Adolescente llegó a Aurora, el club que le dio la oportunidad de jugar en Primera, pero un día un dirigente de The Strongest lo vio y junto a otros muchachos lo trajo a La Paz. Ese dirigente era Raúl Sáenz.

Tenía 19 años cuando se presentó en Achumani. Estaba con el cabello rapado (por las exigencias del Servicio Militar). Como el sol de La Paz pega fuerte, el muchacho se puso una pañoleta y empezó a entrenarse. Era un diamante en bruto. El técnico era Moisés Barack, lo vio y cuando tuvo que elegir, lo señaló con el dedo y dijo: Se queda ‘Kuwait’ (en los 90 se hablaba mucho de la invasión de Kuwait, donde sus ciudadanos llevan pañoletas y túnicas).

Después todos le decían ‘Cabezón’ y fue el apodo que lo acompañó hasta sus últimos días.

Sánchez era defensor central y tenía varias virtudes en sus inicios: buena estatura (1,78 metros), fuerza, rapidez, lucidez mental y, en especial, carácter, un carácter fuerte e indomable. Pero también defectos: era torpe en la salida y carecía de buenos remates de media distancia.

Se volvió un jugador completo con una gran voluntad. Se dio cuenta de que el fútbol era la oportunidad de su vida y no la desaprovechó. Perfeccionó los tiros libres y lanzamientos (los pases en profundidad). Después de cada práctica, se quedaba a practicar remates al arco con barrera. Les pedía a los arqueros jóvenes que se queden y les ponía barreras metálicas delante de ellos.

No se cansaba de patear hasta que empezó a dominar los remates. Cada disparo suyo subía, pasaba raspando la barrera y bajaba por uno de los costados del arco. Cada tiro libre se volvió en casi gol después.

BRILLANTE CARRERA

Jugó en el Tigre varios años, después se fue a Gimnasia y Esgrima de Jujuy y de ahí pasó a un grande del fútbol argentino, Independiente de Avellaneda, donde César Luis Menotti era el entrenador.

Se convirtió en un convocado infaltable en la selección nacional. No jugó, pero integró el grupo que compitió en el Mundial de USA 94. Durante varias temporadas fue luego capitán de la Verde por su condición de líder.

Cuando retornó de Argentina, se enroló de nuevo en The Strongest, pero al poco tiempo lo fichó Bolívar, el club de la vereda del frente. Javier Ortuño, un dirigente inquieto y buen ojeador, lo invitó a jugar en el Celeste y Oscar aceptó.

Se volvió ídolo en Bolívar. Logró varios títulos y llegó a la final de la Copa Sudamericana de 2004, ganada por Boca Juniors.

En la parte final de su carrera volvió al Tigre. Ahí empezó a mostrar un deterioro en su salud. Su condición física no era normal. Un diagnóstico médico le dijo que tenía cáncer de riñón. El club consideró su estado de salud y para no forzar su exigencia física, le dio la dirección técnica. Desde el banco, Sánchez mostró su conocimiento de fútbol e hizo buena campaña con el equipo hasta que la enfermedad lo alejó definitivamente de las canchas.

Falleció el 23 de noviembre de 2007 cuando tenía 36 años. No volvió a aparecer un futbolista como él. Era un caudillo. El fútbol lo extraña todavía.

Por: Gustavo Cortez