Estaba yo tranquilamente saliendo de la U pasado el mediodía, con la mochila llena de trabajos de mis alumnos, cuando comencé a notar algo raro. Varios de los estudiantes, en los pasillos de la universidad, estaban con la polera verde esperanza de nuestra selección y su escudo de la FBF. Alguno que otro tenía puesta la versión Mentisán, utilizada una sola vez, lastimosamente en una derrota contra Panamá. Un par de ellos llevaban la versión rojo bandera. En eso noté que algunos boliches que venden almuerzos en las cuadras aledañas tenían puesta una bandera nacional, sin ser 6 de agosto. Solo entonces recordé que ese día, más tarde, jugábamos contra Argentina, de visitantes, por eliminatorias. 

Días antes, se había pintado un panorama parecido contra Chile y Colombia, y al parecer la ilusión había renacido con el gol de Miguelito Terceros que dio vuelta al mundo. Como si no hubieran pasado 31 años, la gente estaba ilusionada otra vez: bocinazos en las calles, autos embanderados, la canción de la Familia Valdivia resonando en los medios, y todos compartiendo en las redes su alegría por el tercer triunfo consecutivo de La Verde (así con mayúscula) en eliminatorias. Yo no salía de mi asombro, porque como hincha del fútbol –y de nuestra selección –casi se me había olvidado lo que era esa sensación de euforia colectiva que te puede dar el fútbol, esa corazonada compartida que te pone a esperar lo mejor y a seguir alentando cuando pasa lo peor. 

Dos estudiantes se me acercaron para preguntar mi pálpito para el partido. Les dije que después de nuestra buena racha, pensar en ganarle al campeón del mundo en su casa era llegar con la realidad alterada. 

–¡Oh profe! Parece que usted quiere que perdamos…

–No pues hombre, es distinto que me preguntes qué quisiera que pase, a qué pienso que va a pasar.

–Entonces, ¿qué quisiera y qué piensa que va a pasar?

–Yo SIEMPRE voy a querer que nuestra selección gane. Lo que creo que va a pasar es que vamos a perder 1-0 (así de optimista estaba). Para ponerlo en términos de gamer, nos acaban de lanzar al nivel máximo de dificultad: Argentina, en River, con Messi y compañía. Pensar en ganar es codicia, muchachos.

–¿Pero usted cree que clasifiquemos?

–A ver, analicemos. –Saqué mis lentes y me puse en pose de “analista”, sumamente serio y cambiando la modulación de mi voz, hecho al que me encontraba frente a diez micrófonos.

–Después de ganarle a Venezuela en la altura, de visita al peor Chile de los últimos tiempos y de una muy meritoria victoria con 10 jugadores contra Colombia, dudo que le ganemos a Argentina en su casa. Pero es el inicio de la segunda rueda y se vienen partidos de visita contra Ecuador y de local contra Paraguay, mientras Chile y Perú juegan entre ellos y se van a restar puntos. Será clave sacar algo en Guayaquil y hacernos respetar en casa con la Albirroja. Hay que mantener al equipo motivado y apoyar al proceso de Villegas.

Cerré mi intervención de opinólogo ajustándome los lentes.

–¿Cómo fue que clasificamos aquella vez, profe?

Un montón de sensaciones y recuerdos me inundaron. 

–Fue una época muy intensa. En especial porque el formato era otro, las selecciones concentraban durante un mes y medio para cumplir con sus partidos de eliminatorias, y eso mantuvo la atención de la gente concentrada. Todos quienes lo vivimos lo atesoramos con alegría y con mucho cariño. Fue lindo. Pero la verdad, es mucho tiempo y ya estuvo bueno de recuerdos, todos queremos ir al mundial nuevamente.

Así, me despedí de mis alumnos habiendo rememorado una época inolvidable. No hay que perder el foco de lo que está pasando:  la falta de dólares, la escasez de combustible, el “Diddy Combs” andino, sus prácticas innombrables y su costumbre de perjudicar al país, pero en medio de todo eso, La Verde nos vuelve a regalar ilusión, que no es poco. Me fui con la mochila llena de los trabajos de mis changos y cargadita de la fe de volver a un mundial en los esteits.