Un sacerdote de origen indígena, Marcelo Pérez, ha sido asesinado en México. El religioso se caracterizó por su defensa intransigente de los derechos humanos, particularmente de los que asisten a los pueblos indígenas asentados en la región de Chiapas.
Este cura se encargó, a lo largo de su misión pastoral de denunciar la colusión entre las autoridades de su país con los narcotraficantes que causan mucho daño a las comunidades originarias de esa región y ese país. Los delincuentes pusieron precio a su cabeza: un millón de pesos mexicanos, equivalentes a poco menos de 50 mil dólares.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos había dispuesto medidas cautelares a su favor, pero ninguna autoridad regional o nacional prestó el apoyo y la protección que necesitaba, por lo que el domingo por la mañana, después de celebrar una misa, fue asesinado por dos sicarios que viajaban a bordo de una motocicleta.
Este crimen se suma a otros, perpetrados contra sacerdotes que asumieron para sí la opción por los pobres, como Mauricio Lefébvre, Óscar Arnulfo Romero, Luis Espinal y otros, asesinados por oscuros intereses. Son los mártires modernos.
Más allá de esas consideraciones, habrá que convenir que la situación social en México se ha complicado profundamente a partir del momento en que irrumpieron los cárteles de narcotraficantes, cuyos cabecillas se reproducen a extraordinaria velocidad y a ellos parece no importarles las acciones de la justicia.
Se creyó, por ejemplo, que con la extradición de “El Chapo” Guzmán o “El Mayo” Zambada, las actividades de estas organizaciones criminales se detendría por algunos momentos, pero nada de ello ocurrió. El dinero fácil siempre será una tentación para quienes carecen de principios.
Y esos grupos delictivos encuentran en las comunidades originarias, a los grupos humanos más vulnerables, a la carne de cañón que pueden explotar, abusar y avasallar impunemente ante la actitud contemplativa del Estado.
Este fenómeno no es privativo de México, se presenta en muchas latitudes del mundo.
Narcotráfico, trata y tráfico de personas, contrabando de armas… La lista de delitos es demasiado larga y genera millones que las mafias del planeta aprovechan en detrimento de los más débiles.
Marcelo Pérez luchó contra ese poder y pagó su osadía con su vida.