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Lo que emerge en las pruebas contra un sacerdote pederasta español, con la aquiescencia documental de los jesuitas, es otra demostración de la tendencia al encubrimiento, que es inútil, pues la verdad siempre aflora: Veritas est in puteo”, sentencia en latín que aclara que la verdad está en la profundidad.
Ahora, en nuestro país, para mayor consternación, se descubre que un pastor evangélico abusó sexualmente a una decena de niños. El Papa Francisco en una declaración dijo taxativamente: “Tolerancia cero para los sacerdotes que incurren en la pedofilia, sometiéndolos sin excusa a la justicia ordinaria”.
El juramento de profesar la fe en Cristo, cumplir sus mandamientos y aprehender las virtudes y enseñanzas; razón idónea para eximirse de la pedofilia y otras desviaciones practicadas en la iglesia católica y evangélica y de relativo reciente conocimiento general, por lo que no es ocioso elaborar un sucinto resumen mundial de esta abominable degradación del ser humano, más aun de un sacerdote que ofrenda su vida a Cristo y a sus enseñanzas; y , peor, los niños, ante las advertencias de sus padres, pierden la confianza en los sacerdotes
Los detonantes para que estos execrables crímenes contra la intimidad de un ser humano sean conocidos universalmente fueron las víctimas de violaciones en Boston, EE.UU, y los cientos de miles de niños deshonrados y abusados sexualmente por clérigos de la iglesia católica francesa.
Ahora, en estos precisos días se desvela otro escándalo de sacerdotes pedófilos en la localidad de Freising, en Múnich, ciudad muy querida por haber vivido allí.
El cardenal Ratzinger, que renuncio al papado y era Obispo de Múnich en la época de esta demencia sexual, después de un peritaje serio realizado para investigar estas atrocidades, aclara personalmente que él no tenía conocimiento de estas ominosas acciones y si no las detectó fue un descuido. Sobre esta afirmación los miembros de la iglesia de Múnich intentan justificar este gravísimo hábito enraizado en la intimidad de la iglesia indicando que, no se debe personalizar a los clérigos que cometieron, los unos, y encubrieron los otros, sino que toda esta demencia sexual no controlada y tolerada es atribuible al sistema de la iglesia.
Sigue la justificación añadiendo que los miembros de la iglesia eran y son educados a encubrir la lascivia y el instinto desbordado, amparándose en la confesión que, como secreto, genera la desaparición de la acción y su registro, además alegan caducidad como acción y efecto de caducar o extinguirse la causa.
Atribuir al sistema de la iglesia el aniquilamiento de la moral y la estima personal por abuso deshonesto a miles de menores que no disponían todavía de un criterio formado es realmente una aberración y una altanería inaceptables, sobre todo en personas que han elegido el sacerdocio, cuya formación es estricta y exigente y tiende a la perfección del conocimiento y al cultivo de la inteligencia; ambos atributos que deberían haber constituido una personalidad moral y ética sólida, como un infranqueable detente para rechazar las exigencias del instinto.
En personas ampliamente instruidas y formadas dentro de cánones tan estrictos para servir la Dios y a los fieles, una actitud endémica disoluta que perjudicó y perjudica de por vida a seres inocentes que todavía no habían asumido conciencia de la plenitud de vivir, pues eran y son niños, es imperdonable para nosotros simples humanos.
En las librerías de Múnich y en toda Alemania se comercializa el libro “Missbrauchte Kirche”, traducido como la Iglesia abusada, y es cierto, pues los curas pedófilos no respetaron ni honraron a su iglesia. El autor de este libro es un clérigo de la iglesia católica de Múnich (Wolfgang Rothe) que, como describo en esta columna, justifica el encubrimiento debido a que los sacerdotes fueron y son miembros de un sistema.
Es inequívoca la ira mundial contenida y la genuina solidaridad con las inocentes víctimas; niños que engendran por doquier ternura, esperanza y futuro en sus respectivos países.
Recurrir a lo abstracto de un sistema para justificar los abusos deshonestos con graves repercusiones psicológicas para las víctimas no enerva la responsabilidad penal, pues los sacerdotes aceptaron el sistema, disfrutaron de la desviada orgia sexual sin reaccionar y denunciar pública y oportunamente estas depravaciones, antes de desestructurar moralmente y en su estima personal a miles de niños.
Una columna escrita con tristeza y profunda decepción por el alto porcentaje de religiosos pederastas en el mundo.
Por: Raúl Pino - Ichazo Terrazas