Sería un despropósito no reconocer o traslapar  la evidencia que el patriotismo  y el sentido de pertenencia en nosotros, los bolivianos, ha decaído ostensiblemente. Entonces, surge la necesaria sentencia  disruptiva de modificar este estado: Debemos recuperar  estos valores con intelección; para ello,  es imprescindible  aclarar  las tendencias  que han asumido en el tiempo  los vocablos patriotismo, pertenencia y cosmopolismo.

El patriotismo tiene  como objetivos más dignos  el de la unidad nacional con intensidad monolítica, en la lealtad  a los ideales  morales de justicia e igualdad; donde existe justicia e igualdad reina la armonía. Por tanto se infiere diáfanamente  que la unidad  nacional  descarta definitivamente al regionalismo que procrastina el progreso  sustentable nacional, y la lealtad que es un valor sublime  en los humanos,  no debe ser enunciativa sino práctica de todos los días, y  propende  a la justicia  para todos  e igualdad sin discriminación de ningún tipo.

Los bolivianos debiéramos imponernos, como imperativo categórico, a no desdeñar  al valor del patriotismo  y  conceder una importancia capital  a la emoción que desencadena  el orgullo nacional  y el sentimiento  de identidad nacional  compartida, por todos los ciudadanos sin excepción; se repite el vocablo nacional intencionalmente. Debiera alegrarnos  nuestra identidad boliviana  y definirnos  fundamentalmente  como superlativamente conscientes  de dicha identidad.

La anterior precisión  descarta  contundentemente  un diálogo nacional  para discutir  la identidad, desechando, al mismo tiempo,  la exaltación de las naturales diferencias étnicas, raciales  o religiosas, espigando una identidad nacional  compartida por todos, los cosmopolitas y los que viven en  la maravillosa Bolivia profunda.

Una unidad boliviana de esa magnitud se fundamenta  y fortalece  cuando la educación se basa en valores  nacionales compartidos y el compromiso con los derecho humanos, como parte del sistema educativo nacional, y que, en cierto sentido, este compromiso  propiciaría  la unidad nacional, además que la exhaustiva equiparación de los programas analíticos educativos en todos los niveles a los países más adelantados, crearía en el niño, joven o adulto que estudia, un irrefrenable orgullo nacional; para ello, un Ministerio de Educación con profesionales muy calificados es condición sine aequanon(condición insalvable).

Se debe considerar el accidente  de donde se ha nacido, que no es más  que un accidente, todo ser humano  ha nacido en alguna nación, sin permitir que diferencias  de nacionalidad, clase, que no las hay, de pertenencia  étnica  e incluso de género, erijan fronteras  entre nosotros  y ante nuestros semejantes, con esa percepción fuertemente arraigada, debemos reconocer  a la humanidad donde se encuentre y conceder  a sus componentes fundamentales, la razón  y la capacidad moral, nuestra mayor lealtad y respeto.

Ejemplificando: una nación que enarbola su patriotismo como Chile, no contempla la unidad entre naciones, solo es patriotismo ilimitado, que es peligroso; de lo contrario esa nación no mantendría disputas sobre territorios ajenos, que continúan en vigencia, con casi todos sus vecinos.

Como corolario, se cita el pensamiento de los estoicos, que son un ejemplo de disciplina, templanza y sacrificio personal,  que indican “para ser ciudadanos del mundo no se debe renunciar  a las identificaciones  locales, que son una fuente de riqueza vital”. Por lo tanto, es mandatorio que pensemos  en nosotros  mismos, no como seres  carentes  de filiaciones  nacionales, sino  como seres  rodeados  de círculos concéntricos: el primer círculo  es el yo, el segundo  la familia inmediata y constituida y, a esta, le sigue  la familia externa que es la humanidad.