Son contadas las oportunidades en las que desde una columna editorial se alude a un tema del fútbol. Sucede que después de tres triunfos al hilo, la Selección Nacional de este deporte merece que se analice el fenómeno que se vive actualmente en el país.
Los tres anteriores seleccionadores nacionales fueron extranjeros, un venezolano —César Farías—, un argentino —Gustavo Costas— y un brasileño —Antonio Carlos Zago—, cuyos resultados fueron francamente descorazonadores.
Cuando todo parecía perdido, llegó un entrenador joven —tiene 54 años—, cuya contratación parecía más bien un grito de auxilio de los actuales dirigentes de la Federación Boliviana de Fútbol, pues pocos serían quienes critiquen a un profesional quien se había caracterizado por ser un formador antes que por ser conductor de equipos mayores.
Sus tres antecesores en el cargo demostraron ser algo muy parecido a mercenarios, soldados de fortuna que luchan por dinero y no por convicción. Así les fue. Farías es una persona que tiene problemas para manejar sus arranques de ira; Costas vino a pasear y Zago demostró que puede ser un gran entrenador, pero carece de la personalidad suficiente para controlar a jugadores quienes se destacan por su indisciplina personal.
Para citar una feliz frase de uno de los más notables entrenadores del fútbol mundial, el argentino César Luis Menotti, “la heladera va en la cocina y el inodoro, en el baño”. Fue precisamente lo que hizo Óscar Villegas. Puso las cosas en su justo lugar, prescindió de algunas “vacas sagradas” del balompié nacional y apostó por gente joven, con la que se siente más a gusto para entrenar.
No hizo demagogia ni promesas rimbombantes. No habló de la clasificación ni se trazó otro objetivo que no sea el próximo partido. Conjugó en el mismo tiempo verbal su discurso y sus acciones. Así, ganó credibilidad y los resultados llegaron solos, aunque no como consecuencia de la casualidad, sino de un trabajo coherente.
El próximo rival será nada menos que Argentina, en su casa, en Buenos Aires, donde cualquier equipo del mundo llega en desventaja. No importa, entonces, si se ganara o perdiera ese partido. Lo importante será mantener una línea que debe consolidarse. Será el mejor triunfo que se pueda alcanzar.