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Fluyen las palabras armoniosamente en el libro “Mi vida junto a Filippo” escrito por Olga Vásquez, presentado hace dos días por ella misma al cumplirse siete años de la muerte de su esposo Filemón, su amado “Flaquito”, el histórico dirigente de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia y de la Central Obrera Boliviana, un proletario ilustrado de gran influencia teórica y práctica en el país desde la década de los años ochenta. Es un recuento de sucesos narrados por Olga con un lenguaje claro en calidad de testigo directo y coprotagonista, en primera persona y con evidencia empírica suficiente, desde los más recónditos rincones de una memoria, donde las vivencias almacenadas amorosamente dejaron huellas indelebles que ahora son entregadas con generosidad en contribución invalorable para el rescate y preservación de la verdad de lo sucedido en los avatares de un escenario político y social de alta complejidad, donde “el Flaquito” se sitúa en la primera línea de la acción permanente, patentizando “cuanto valor hay dentro de cada ser humano que tiene convicciones y con ellas encuentra el sentido de la existencia”, según la autora afirma al cerrar la introducción de su libro.
De la pluma de Olga emergen cimbreantes los trazos que van dibujando página a página la imagen de Filippo recogiendo los datos desde su nacimiento hasta su muerte. Ella lo hace a partir de sus circunstancias concretas, objetivas y subjetivas, en su calidad de esposa y madre de sus tres hijos. También de la madre que fue para él, habiendo restañado las heridas provocadas por la crueldad de su temprana y completa orfandad. Escribe ella con su corazón, sin contener sus sentimientos, emociones y pasiones, y por ello comparte sin reparos el orgullo que siente por las cualidades de su amado: su compromiso perenne de lucha contra los abusos y la injusticia, su entereza en las batallas de una gesta librada en solitario casi siempre enfrentando recurrentes confabulaciones en su contra en el ámbito sindical y político, su inteligencia y vocación autodidacta que hicieron de él uno de los más esclarecidos dirigentes obreros, militantes políticos y parlamentarios, su capacidad para cambiar de perspectiva y de opinión, admitiendo sus equívocos con honestidad, su crítica implacable ante las traiciones de tantos impostores que se cruzaron en su camino, su sensibilidad con los sufrimientos de los otros y su solidaridad con los necesitados, su amorosa entrega a la familia. No disimula su pesadumbre por la tendencia de “su Flaquito” -inexplicada por él e inexplicable para ella- de ceder siempre el primer lugar a otros menos calificados, incluso a algún descalificado, subvencionándoles largamente después con sus aportes en pro de “la causa”, por su excesiva confianza en tantos que demostraron sin lugar a duda que no la merecían.
En las páginas de “Mi vida junto a Filippo” se descubre primicialmente y en toda su plenitud, con apoyo de fotos inéditas de escritos, momentos familiares y viajes, al romántico enamorado de la única mujer de su vida, hombre leal de una sola pieza, al miembro incondicional de la familia que hizo de su sobrina Gabriela otra hija, al poeta que se sumerge en Lorca y Vallejo para escribir versos él también en interior mina y en la soledad de su cuarto de obrero, al amante de la belleza rendido ante las obras de Goya, Picasso, Dalí y Rivera cuyas fotografías colecciona con pasión, al linyera que despierta en él cuando ella, su compañera, se lo lleva a recorrer mundo en el último tramo de su experiencia vital.
Las páginas del libro de Olga ponen en evidencia su eterna entrega a Filemón, mirándose amorosamente en él. El resultado es el trazado de la vida luminosa en la que se funden esos dos seres, al grado de la expresión concisa y suficiente pronunciada por él en el contexto de la amistad fraterna que cultivamos en cuatro décadas de serpenteante desarrollo, entre presencias y distancias, a gritos y a susurros, nunca en silencio, siempre en diálogos y debates: “todo se lo debo a la Olga, nada sería sin ella”. Y sí. Olga está presente en todos los sucesos que se concatenan en la historia personal del líder y pensador -fragmento de la historia del movimiento obrero y de la historia dWe Bolivia- con quien se unió en 1968, cuando él estaba en el Panóptico como preso político, manteniéndose en amorosa solidaridad de soporte de su obstinada persecución al sueño de redención de los que sufren, desempeñando cual mujer orquesta roles diversos con la sencillez y naturalidad de quien asume un compromiso por entero, por decisión libre. Así lo patentiza este libro precioso que por eso también podría llamarse “La vida de Filippo junto a Olga”, correlación perfecta e indisoluble, bajo la premisa declarada por Líber: “sólo se comparte lo que es común”, siendo en este caso la comprobación deslumbrante de cuán buenos y bellos podemos ser.
Como dice Olga: “Vivir para recordar, recordar para volver a vivir, vivir es recordar las huellas del pasado, recordar es volver a vivir el haber amado y el haber sido amada. Así es.
Por: Gisela Derpic