En las calles de los principales centros poblados del país se observan puntos en los que dirigentes de organizaciones de distinta orientación ideológica buscan la adhesión de los ciudadanos para formar partidos políticos con miras a una eventual participación en los comicios generales de 2025.

Es algo que con mucha dificultad se podía ver en los años precedentes, concretamente desde 2006, cuando no formar parte del MAS era una especie de pasaporte a la clandestinidad, a quedar fuera de toda posibilidad de ser parte de la cosa pública.

Los partidos políticos son instituciones de la sociedad civil que se organizan para tomar el poder, pero durante 14 años, la administración estatal fue monopolizada por el MAS y los demás partidos debían conformarse con la distribución de algunas migajas. Era la decisión soberana de los bolivianos.

A partir del derrocamiento de Evo Morales se observó un debilitamiento general del Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos, básicamente porque las organizaciones sociales, como las células, bloques o frentes de las organizaciones en función del poder, sea por vía democrática o por el expediente del golpe de Estado, reclamarán siempre para sí una cuota del poder, ya sea para dar “pega a los compañeros que se sacrificaron en la lucha” o para participar efectivamente en los procesos de toma de decisiones.

Durante esos 14 años, no existió un brazo represivo estatal que atrapara a los opositores y los enviara a la cárcel o los reprimiera de alguna manera. Simplemente, esos opositores quedaban condenados a, en el mejor de los casos, administrar un gobierno departamental o municipal, cuando no a disputarse entre sus dirigentes una curul en la Asamblea Legislativa Plurinacional, desde donde sólo debía resignarse a percibir una dieta y gritar lo más alto posible sus consignas. Nada más.

Fue la reacción natural a lo que en su momento se denominó la “partidocracia”, etapa en la que las divisiones entre organizaciones políticas se limitaban simplemente al color de la camiseta, pues no proponían algo distinto al neoliberalismo vigente en aquellos años.

Ahora, cuando menos, parece haber diferencias ideológicas no sólo de matiz entre las alianzas existentes y las que procuran formarse.

Se abre, casi en forma inadvertida, un espacio para una nueva composición de las fuerzas políticas en el país.